2. ¿Por qué no tiene el inglés algo parecido a la Real Academia Española?
Lo más cerca que estuvo el inglés de tener una Real Academia fue a principios del siglo XVIII, época que coincide con la de la fundación de la Real Academia Española, en 1713.Aquellos que presionaban para que el inglés tuviera una academia eran, como en el caso de España, los influidos por los modelos de la Académie française (1635) y la Accademia della Crusca (1582) italiana y los que compartían la creencia generalizada en la época de que ordenándolo y catalogándolo todo —desde la historia natural hasta el comercio, pasando por la ciencia y el arte— podrían comprenderlo y controlarlo.
Esa búsqueda de orden y estabilidad era muy comprensible en los británicos, que seguían teniendo muy presentes en la memoria una larga serie de grandes turbulencias. A las guerras de los Tres Reinos, que habían terminado en 1651, les siguió la restauración de la monarquía con Carlos II, en 1660, y no mucho después, en 1688, la Revolución Gloriosa. Este último acontecimiento estableció finalmente tanto el poder del Parlamento como el de la Iglesia Anglicana, además de influir en la revuelta de Boston de 1689, que puso en marcha los acontecimientos que llevaron a la Guerra de Independencia americana, un siglo más tarde. Además, el aumento de la alfabetización entre la población preocupaba a las clases gobernantes, que pensaban que este hecho podría empeorar las cosas todavía más. Por ello aumentó el deseo por parte de dichas clases gobernantes de controlar la lengua.
El deseo de estandarizar y regular el inglés también se vio alimentado por algo que hoy en día resulta familiar: la percepción de que el idioma había empeorado respecto a lo que había sido en el pasado. De un modo muy parecido a lo que ocurre en la actualidad, había gente que se quejaba de que los neologismos que se iban incorporando y la jerga coloquial estaban destruyendo el idioma. En aquella época, la preocupación estaba relacionada con la tendencia a acortar las palabras —tal y como se observaba en la reducción de los tiempos verbales de pasado a una sola sílaba (por ejemplo, pronunciar loved como /lʌvd/, en lugar de /lʌv.ed/, o usar extra, en lugar de la versión completa extraordinary— y el creciente uso de palabras nuevas como bully y mob. El hecho de que, actualmente, todas ellas formen parte del inglés estándar explica por qué se acabó pensando que la existencia de una academia era, si no inútil, al menos innecesaria.
En 1712, el conocido autor Jonathan Swift escribió A Proposal for Correcting, Improving and Ascertaining the English Tongue, donde planteaba la necesidad de crear una Real Academia para regular el inglés. Sin embargo, pese a representar la culminación de un movimiento bastante popular, acabó en nada, seguramente debido a que la corte estaba más preocupada por la enfermedad y posterior muerte de la reina Ana Estuardo en 1714.
Sin embargo, aunque se perdió esa oportunidad, los intentos de estandarizar y regular el inglés no se detuvieron. En 1775, Samuel Johnson publicó el primer gran diccionario de la lengua inglesa —en cuya introducción, curiosamente, dejó escrito: “Tongues, like governments, have a natural tendency to degeneration” (‘Las lenguas, como los gobiernos, tienen una tendencia natural hacia la degeneración’)— y los intentos de establecer normas gramaticales continuaron. No cabe duda de que esa labor tuvo considerables efectos positivos: muchas de las normas implantadas en ese período todavía regulan lo que se considera correcto o incorrecto en la actualidad. Sin embargo, también es verdad que algunas de esas decisiones fueron algo arbitrarias, y que la tendencia a recurrir al latín y al francés como referentes, en lugar de partir del uso real del inglés, generó una considerable confusión y bastantes anomalías; una de las más persistentes fue, quizás, la alteración de significado experimentada por will y shall y su catalogación como formas de futuro verbal. Por consiguiente, no resulta sorprendente que la tendencia empezara a cambiar. En efecto, la idea de que la lengua se encuentra en un constante estado de cambio —y que por ello las autoridades deben conformarse con describir, en lugar de intentar controlar y regular— ya empezaba a oírse en la década de 1760, en voces como las de Joseph Priestly y George Campbell.
En la actualidad no existe el menor deseo de contar con algún tipo de organismo encargado de regular o estandarizar el inglés, lo cual seguramente tiene menos que ver con la sensación de que dicha institución apenas conseguiría retrasar los cambios —en el mejor de los casos— que con el rechazo general a los reguladores, como ejemplifica la cultura del libre mercado de la economía anglosajona. Existe, evidentemente, un determinado número de personas que piensan que los neologismos y la jerga coloquial están destruyendo el inglés y añoran unos tiempos en los que el inglés era mucho mejor que el que tenemos ahora, tiempos que, curiosamente, siempre coinciden con sus años de infancia. Sin embargo, después de haberse comprobado en la práctica que un organismo de este tipo puede resultar inútil a la hora de conseguir sus objetivos (en España lo vemos muy claramente por las protestas que levanta cada cambio introducido por la RAE), todo el mundo se conforma con discutir sobre lo que está bien o mal en inglés —y sobre lo que haga falta— en bares, pubs, columnas de prensa y foros de internet, con la seguridad que proporciona saber que, en realidad, la discusión tendrá muy pocas consecuencias.
PARA SABER MÁS
Sobre el uso de shall ⇒ 206.