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En el dormitorio Sofía dijo a su marido:
—¿No oyes las carcajadas de tus padres? Se van a descoser. José repuso entristecido:
—Pobre hombre. El disgusto que se va a llevar cuando sepa que dejo el uniforme. —O no. A tu padre le ha gustado mucho el dinero. A la hora de la elección, no sé qué hubiera hecho él.
—Le conoces poco. Mi padre es un sentimental. Se pone así de hueco cuando se junta con la familia. Sobre todo si es él quien la reúne.
—A la familia y a tus tíos. ¡Es su gran obra! José sugirió darle la noticia después de la cena.
—Quizá sería mejor decírselo aquí. Más tarde.
—Quedamos en que nos ayudará Torroellas. Es un gran señor. Con clase. Algo que impresiona mucho a tu padre. Además, es un magnífico diplomático. Sofía miró el «Cartier» que llevaba en la muñeca.
—Por cierto —dijo—, Torroellas no ha llamado todavía. Dijo que lo haría antes de salir. Y es raro, porque él es muy puntual.
Como Carlos les apremiaba salieron de casa sin esperar la llamada del financiero. Poco después el «Dodge» de Carlos cruzaba las calles de Barcelona en dirección al «Ritz».