6

Marga Muntadas se moría. Lo decía el color azulado de sus labios y la transparencia de su afilada nariz. Eulalia, su hija mayor, la miraba en silencio. Estaba sentada en el borde de la cama y sus menudos dientes mordían un fino pañuelo de batista empapado de lágrimas. De vez en cuando una brusca sacudida nerviosa rompía su quietud expectante y reflexiva.

Setenta y tantos años antes, Marga Muntadas era una de las jóvenes casaderas más atractivas de la alta burguesía barcelonesa. Tenía un cuerpo perfecto y de su rostro, de facciones graciosas, parecía irradiar luz. Todo en ella era armonía y vitalidad. Habría podido ser feliz si el padre, un industrial fuerte, introducido en el mundo de las finanzas, no hubiera desautorizado su noviazgo con un raro personaje que se autotitulaba pintor. La casó poco después con un noble mesetario arruinado bastante mayor que ella. Era el marqués del Consuelo, y como la que aportaba los cuartos en aquel negocio era Marga, sus íntimos empezaron a llamarla maliciosamente el consuelo del marqués.

La vida de Marga Muntadas transcurrió en costosos interiores modernistas. Cortinajes, sillerías, dorados vis-à-vis, regias consolas, costosas cornucopias, óleos de firma y caprichosas chinoisserie, veían languidecer a la joven esposa. De vez en cuando, el sarao familiar, con versos de don Ramón de Campoamor o de mosén Cinto y el Vals de las olas al piano. O la salida al Liceo, al palco familiar. Años después de estar casados le dio al marqués una hija, Eulalia, nacida al filo de la República. No tardó en suceder lo inevitable. El joven pintor había vuelto de París convertido en una brillante promesa. Buscó a Marga y le habló de su amor y de los nuevos tiempos de libertad. Pero Marga era católica a machamartillo y prefirió escaparse a París con él a romper el sacramento del matrimonio.

Despertó de aquellos dos años de loca felicidad cuando su pintor murió al incendiarse el globo en el que sobrevolaba París en busca de una perspectiva inédita. Marga, acobardada, regresó al hogar. Un año más tarde daba a luz una segunda hija, que le nació subnormal. La adúltera arrepentida y perdonada se consagró a las hijas y al hogar, del que sólo salía para ir a misa primera a la catedral. Allí pedía perdón por sus pecados en la cripta de Santa Eulalia, nombre que llevaba su hija mayor.

Ahora estaba allí, consumida, frágil, entre las frescas sábanas de hilo con randas holandesas de a palmo cuidadosamente almidonadas. Estaba allí, apagándose en los últimos sueños de su pintor, sobre una cama de cedro enorme como un catafalco. La rodeaban recuerdos que eran historia muda de su vida de penitencia. Viejos daguerrotipos del color del olvido, los retratos de aparato de los padres, pintados por Casas y otro, anónimo, de su marido el marqués con un uniforme la mar de raro. Del París de sus noches de delirio sólo conservaba un apunte del Sacré Coeur, sin firma, de su malogrado pintor.

Eulalia limpió una lágrima muerta que resbalaba sobre la sien de la madre. Volvió la cabeza al oír un gemido a su espalda.

—¿Te encuentras bien, Nena? —dijo con voz ligeramente velada.

Oyó el gemido por segunda vez y se dirigió al hueco que había entre el armario de ropero y la pared. Más que criatura humana, el fardo que permanecía sentado en una especie de sillón frailero con ruedas parecía un extraño monstruo de otro planeta. Enorme, fofo, disforme y sin embargo con una cabeza diminuta, roja y pelada.

Eulalia palmeó cariñosamente el dorso esquelético de las manos de aquel extraño ser, al mismo tiempo que besaba su frente viscosa.

—Descansa, Nena. Y no te preocupes. Mamá está mucho mejor. Pronto volveréis a jugar juntas.

En la pequeña sala contigua al dormitorio, en otro tiempo vestidor, encendió un cigarrillo. Sabía que era una mujer insegura, de temperamento inestable, pero estaba dispuesta a que la muerte de la madre no alterara su vida. Se sentía joven y, además, no ignoraba que su aspecto seguía siendo casi el de una muchacha, a lo que sin duda contribuía su esbeltez, el cuidado que ponía en el arreglo de su persona y, sobre todo, su natural disposición a ilusionarse constantemente.

Había apoyado un hombro en la contrapuerta del balcón y miraba distraídamente los coches que desfilaban abajo, en la calle París. Se preguntó una vez más qué podía hacer con su hermana Elena, a quien la madre se había negado a internar en un establecimiento para subnormales. Con Alejandro, pensó, no había que contar. Conocía de sobra su aversión por Elena, a la que su sensibilidad rechazaba en un impulso morboso poco comprensible en él. En cuanto a Ramón, su marido, tampoco cabía contar. Ramón la odiaba desde que lo dejó, tres años antes, para irse a vivir con Alejandro. De éste decía que era un escritor mediocre que arruinaría su vida, como había arruinado el pintor la de su madre. Eulalia pensó que la historia no se repetía. Entre otras cosas porque los tiempos habían cambiado.

Generaciones
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml
sec_0230.xhtml
sec_0231.xhtml
sec_0232.xhtml
sec_0233.xhtml
sec_0234.xhtml
sec_0235.xhtml
sec_0236.xhtml
sec_0237.xhtml
sec_0238.xhtml
sec_0239.xhtml
sec_0240.xhtml
sec_0241.xhtml
sec_0242.xhtml
sec_0243.xhtml
sec_0244.xhtml
sec_0245.xhtml
sec_0246.xhtml
sec_0247.xhtml
sec_0248.xhtml
sec_0249.xhtml
sec_0250.xhtml
sec_0251.xhtml
sec_0252.xhtml
sec_0253.xhtml
sec_0254.xhtml
sec_0255.xhtml
sec_0256.xhtml
sec_0257.xhtml
sec_0258.xhtml
sec_0259.xhtml
sec_0260.xhtml
sec_0261.xhtml
sec_0262.xhtml
sec_0263.xhtml
sec_0264.xhtml