14

Los festivos, antes de que picara el sol, ya estaban todos de pie en «El Mirador». Toda la casa olía a agua de Lavanda.

Carmelo llegaba siempre puntual. Vestía gruesos pantalones de pana y la blusa nueva de los domingos. La tartana daba la vuelta en la explanada y los Acosta se apresuraban a subir. Carlos y Tito iban en el pescante, con el cochero. El resto de la familia, con Pilar, se acomodaba detrás. Aquellos días se rompía el ritmo habitual de la vida.

Oían misa de ocho y los mayores comulgaban en el camarín de la Patrona. Había poca luz. Olía a cera y a miedo almacenado. En la penumbra, viejas enlutadas arrastrando los pies. Un silencio profundo, amasado con levadura de sueño recién, sólo de vez en cuando roto por un golpe de tos o por el cirial que acaba de caerse sobre las frescas losas. Las altas bóvedas acogían los ruidos, los desmenuzaban uno por uno y, al final, los dejaban caer al suelo blandamente convertidos en silencio otra vez.

Pero aquel día todo iba a ser distinto. Era el santo de Marta, es decir, la festividad de la Patrona del pueblo, y la iglesia rebosaba de fieles. En el camarín, profusamente iluminado, el coro de las Hijas de María entonaba en aquellos momentos el «Venite adoremus». De repente se oyeron unas voces destempladas. Las voces procedían del atrio y su tono era muy agresivo. Al principio nadie podía entender lo que gritaban aquellos hombres. Pero luego, cuando sus palabras fueron repetidas machaconamente por otras voces que se les unieron, todo el mundo comprendió lo que decían. El «¡mueran los carcas!», repetido una y otra vez, retumbaba en las altas bóvedas de la iglesia y dentro de los cráneos de los asistentes.

Lo peor se produjo cuando el primer buscapiés empezó a despedir humo y chispas mientras zigzagueaba rabioso por entre el apretado bosque de piernas. Siguieron a éste varios cohetes más, que sembraron el pánico en la multitud. Uno de ellos, un volador de gran potencia, saltó silbando por encima de las cabezas. El cohete, a quien sin duda el artificiero había cebado a conciencia un día de mal humor, penetraba en las capillas laterales, en cada una de las cuales desaparecía un instante para salir al momento echando chispas, más envenenado que antes. Finalmente estalló ruidosamente en el presbiterio, a pocos palmos del celebrante, que echó a correr como alma que lleva el diablo.

Entre los gritos, las toses, el humo —un humo negro y picante que se adensaba por momentos y ascendía hacia las bóvedas arremolinándose en cambiantes volutas que borraba de la vista las nervaduras—, el olor excitante de la pólvora y los alaridos de las mujeres, más que templo aquello parecía la antesala del infierno. Beatriz, muy serena, protegió con el suyo los cuerpos de Tito y de Pilar y se dispuso a esperar que pasara el pánico. Juan trataba de calmar a Marta, que gritaba al borde de la histeria. El único de los Acosta que consiguió salir fue Carlos, que recogió del suelo, junto a la columnilla que sustentaba la pila de cristianar, una potente carcasa.

Salvo ligeras quemaduras y algún que otro traje chamuscado, no hubo que lamentar desgracias personales. Pero el escándalo marcaría un hito en la historia local.

Cuando la familia consiguió reunirse con la abuela, que vivía en una casa de su propiedad frente a la iglesia, decidieron no informarla de lo sucedido. La anciana, enferma de arteriosclerosis, quizá no hubiera podido resistir el golpe. En aquella ocasión, como si presintiera algo, se limitó a derramar abundantes lágrimas ante sus nietos.

Cumpliendo con una especie de ritual, Beatriz fue con Juan a ver a la hermana, Concha. Era una mujer delgada y baja de piel aceitunada, ojos oscuros, expresivos, y cabello entrecano recogido en moño. Tenía unos años más que su hermana y ocupaba un sombrío caserón que había alquilado cerca del de la madre.

La encontró descalza y en saya en su alcoba de la sala, amueblaba con sillería isabelina. A su lado, de pie junto a la cama, el marido intentaba tranquilizarla. Una mujer alta y seca de mediana edad que hacía de criada, Julia, removía el poso de una taza de tila que su señora se negaba a tomar.

Beatriz abrazó silenciosamente a su hermana.

—Lo he pensado bien —dijo—, y este año no celebraremos el santo de Marta. Ya ves, tengo la comida preparada. Pero no creo que después de lo ocurrido en la iglesia esté nadie para celebraciones.

Concha asintió llorando. Le temblaban las manos cuando dijo que sería un acto de desagravio por la ofensa cometida a la Patrona.

Críspulo, el marido de Concha, explicó que los republicanos exigían del Ayuntamiento que el de la Patrona fuera un día cualquiera. Era un hombrecillo nervioso y flaco de ojillos grises, que miraban con despavorimiento, y desempeñaba el cargo de Secretario en el Juzgado Municipal. Vestía el milrayas que se había puesto para ir a misa.

—De momento —dijo—, ya han conseguido que este año no se celebre la procesión por la calle. El cura no quiere problemas y dice que la hará dentro de la iglesia.

Críspulo miró a su sobrino.

—¿A ti qué te parece?

Juan se encogió de hombros bruscamente. Estaba furioso, y dijo que no quería opinar. Luego salió dando un portazo.

Generaciones
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml
sec_0230.xhtml
sec_0231.xhtml
sec_0232.xhtml
sec_0233.xhtml
sec_0234.xhtml
sec_0235.xhtml
sec_0236.xhtml
sec_0237.xhtml
sec_0238.xhtml
sec_0239.xhtml
sec_0240.xhtml
sec_0241.xhtml
sec_0242.xhtml
sec_0243.xhtml
sec_0244.xhtml
sec_0245.xhtml
sec_0246.xhtml
sec_0247.xhtml
sec_0248.xhtml
sec_0249.xhtml
sec_0250.xhtml
sec_0251.xhtml
sec_0252.xhtml
sec_0253.xhtml
sec_0254.xhtml
sec_0255.xhtml
sec_0256.xhtml
sec_0257.xhtml
sec_0258.xhtml
sec_0259.xhtml
sec_0260.xhtml
sec_0261.xhtml
sec_0262.xhtml
sec_0263.xhtml
sec_0264.xhtml