22
El Xavi bajó los escalones de dos en dos. Se sentía liberado después del escrutinio. En el portal encontró a Olga esperándole.
—Pensaba que te quedabas ahí a dormir —dijo cogiéndose de su brazo.
Él la miró sorprendido.
—¿Qué haces aquí?
—Tú dirás. ¿Cómo te ha ido?
—De coña. Piensan contratarme para la próxima vez.
Caminaron por la acera hasta la esquina, donde se pararon en espera de cruzar la calle. El Xavi reparó en el gorrito azul de lana que llevaba Olga metido hasta las orejas.
—Es bonito —dijo.
—¿Te gusta? Me lo he hecho yo.
—A ver si te acuerdas de los amiguetes. Esta gorra no calienta.
Se quitó la gorra de plato y la tiró por el agujero de la alcantarilla. Luego dijo:
—Tengo hambre. ¿Tú no?
Oiga se encogió de hombros. Su cara se veía verdosa a la luz del neón de la esquina. Tenía ojeras.
—Si quieres tomamos algo en un bar que hay cerca de mi casa. Está aquí mismo. Echaron a andar. El Xavi preguntó si había estado en la comuna.
—Esta mañana —repuso Olga—. Nena está la mar de contenta.
—¿Qué has hecho por la tarde?
—He dado un voltio por ahí. Y he pensado.
—Mala cosa.
Olga apretó el brazo de su acompañante.
—Tienes razón. Pero a veces no hay otro remedio. Ha venido mi padre.
—¿Lo has visto?
—Sí. He estado hablando con él. Está pachucho. El riñón. Mi hermano ha cogido sus cosas y se ha ido a un apartamento que ha alquilado mi padre. Con él. Dice que le da lástima. El Xavi rió.
—Supongo que tu madre se subirá por las paredes.
—Todavía no sé cómo se lo ha tomado.
—¿Y tú?
Olga suspiró.
—No sé.
—Supongo que le dirás lo del niño.
—¡Ni pensarlo! Olvidas que soy mayor de edad. Mis asunto» tengo que ventilármelos yo sólita.
—¡Ahí
En el bar cenaban unos pocos clientes en la barra. Otros le daban a la máquina del millón y soltaban tacos cada vez que la bola se metía en el agujero. Los había, finalmente, de pie, frente al televisor, escuchando las declaraciones de Martín Villa.
Se sentaron al fondo, ante una mesa cuadrada con mantel rojo. Olga se quitó el chaquetón de piel y el gorro.
—Estoy harta —dijo poniéndose de codos sobre el tablero. Y añadió—. A ver qué hago yo ahora con mi padre.
—Con tu padre y con tu hijo.
—Lo de mi hijo lo tengo decidido. Levantó la vista hacía él.
—¡Destino, Londres!
El Xavi sacó un paquete de «ducados» del bolsillo del chubasquero y le ofreció un cigarrillo.
Olga volvió la cara. —No. Me da asco. Todo me da asco. Pegó una patada en el suelo.
—¿Crees que puedo ir por el mundo así?
—¿Cómo?
—Vomitando por las esquinas. Yo creo que todos se dan cuenta. Menos mi madre, que siempre está en las nubes.
El Xavi había pedido al camarero un frankfurt con mucha mostaza y una «Estrella».
—¿Tú?
—Nada. Yo nada.
—Tómate un té bien caliente. ¡Algo, cono! Que te vas a morir. —Vale. Tráeme un té con limón —dijo al camarero. El Xavi la cogió de la barbilla y la obligó a mirarlo.
—Venga, di lo que sea.
—Estoy harta. Ya te lo he dicho. Y tengo ganas de llorar. ¿Has visto cosa más ri— dfeula? ¡Llorar! Pues, bueno. Yo tengo ganas de llorar. ¿Qué te parece?
—¿Qué dice Iván?
—Que me lo quite. Me da dinero para ir a Londres. ¡Pero yo no quiero ni una puta pela suya! Lo he mandado al carajo.
Tras un breve silencio continuó:
—Lo que haga, o lo que piense, no me molesta. Está en su derecho. Es su actitud la que me revienta. ¿Sabes? Así, como desdeñoso. El tipo clásico que se desentiende del ligue. ¡Y yo no soy un ligue! Yo quiero ser yo. Yo misma. ¿Lo entiendes?
—Claro, mujer.
El Xa vi tenía el «ducados» en la boca y la ceniza se había doblado, a punto de desprenderse y caer sobre su barba. Estaba ensimismado.
Olga puso una mano debajo de la ceniza y con la otra la sacudió.
—¿Me acompañas a Londres? —dijo con cierta desconfianza en la voz.
—¿Eh?
—Que si vienes conmigo.
El Xavi parpadeó.
—Si quieres, nos casamos.
Olga se quedó mirando estúpidamente el pequeño cilindro de ceniza que sostenía en la mano. Era casi perfecto. Conservaba incluso el papel de la envoltura, una película fina más clara que el resto. El Xavi lo hizo desaparecer de un soplo.
—Has oído lo que he dicho, ¿no?
—Sí. Has dicho: «Si quieres nos casamos.» Es una bonita declaración. Igual hubieras podido decir, si quieres vamos a oír a Tete Montoliu. ¡Pero qué burro eres, Xavi!
—Puedo ponerme a trabajar. Supongo que aún me acordaré de lo que es un termómetro. O un estetoscopio.
Olga levantó la cabeza hacia el techo. Inspiró con fuerza, como si estuviera a punto de ahogarse.
—Xavi, no me mortifiques. ¡No lo estropees todo, puñeta!
—Tú, yo, la Nena y el nene. Si no es mío, da igual.
—Eres muy amable.
Le fulminó con la mirada.
—¡Tan original como siempre! Pero yo no voy a consentir que te cases conmigo por altruismo. ¿Se dice así? ¡Además, no quiero casarme!
Él le tomó una mano.
—No es por eso.
Le temblaban los labios ligeramente.
—¿Entonces por qué es?
—No vamos a jugar a celuloide rancio. Ni voy a decirte que te quiero más que a mi vida.y todas esas memeces. Simplemente me gustaría casarme contigo.
La mano de Olga tembló entre las suyas.
—Después.
—¿Después de qué?
—Cuando haya abortado. Yo no quiero engañar a nadie. Y a ti, menos que a nadie. ¿Lo entiendes? Ese hijo no tiene que jodernos el resto de la vida.
—Pero no puedes deshacerte de él, Olga. Además, podría ser hijo mío. No lo sabemos.
—¡Pues por eso precisamente! ¿No lo entiendes? Me horroriza la idea de tener que aguantar a un hijo de ese mierda. ¡No quiero!
B Xavj S» la mano y Olga retiró la suya. De repente ella se echó a llorar.
—¿Qué me pasa? ¿Cómo se ha complicado todo? En poco tiempo, Xavier. Desde
que mi madre se fue con ése. Yo siempre estaba renegando. Pero en realidad rae gustaba sentirme protegida. Que me riñeran cuando llegaba a casa después de las diez. Que me pusieran mala cara cuando hacía algo malo. ¡Si era una cría! Pero mi madre me dejó. ¡Hala, a vivir por tu cuenta! Si supieras la rabia que tengo dentro. Porque toda la culpa la tiene ella.
Cuando el camarero les trajo el servicio, el Xavi puso delante de Olga su taza de té. —Tómale eso, anda. Y ve pensando en la fecha de ese viaje a Londres. —Entonces, ¿me acompañas?
—Claro, mujer. Haremos una colecta de dinero entre los de la comuna. Además, yo tengo en casa tomavistas, un estéreo. ¡Y la moto! Ya no me acordaba. Todavía nos va a sobrar para ver la Torre famosa.
El Xavi dio un gran bocado a su frankfurt y sus ojos giraron alegremente. Luego se levantó, dio un par de zapatetas en el aire y se volvió a sentar la mar de serio. Olga lo miraba entre las lágrimas y sonreía.