5

Cuando Nena llegó a la comuna de Vallvidriera ya tenía preparado el cochecito de ruedas. Lo había hecho el Xavi con una gran silla de madera forrada de plástico blanco y cuatro ruedas de un viejo «Jané» comprado en los Encantes.

Los primeros días la subnormal extrañó todo aquello. Hacía muchos años que ve* getaba en su rincón de la calle París y no soportaba la viva luz del sol. Gritaba, se retorcía en su asiento atemorizada. Incluso tuvo que atarle el Xavi las muñecas a los brazos de la silla para que no se mordiera las manos. Se había negado a comer, y estuvo dos días tomando sustancia de arroz que le hacía su sobrina Olga. De tarde en tarde, aceptaba dar una chupada al «Chupa-Chups» que le ponía en la boca.

La comuna entera se volcó en su ayuda, Gloria y Cristina calentaban agua a diario y la bañaban en un gran barreño de madera, que Habían hecho de una cuba de vino encontrada en el desván. Después peinaban sus frágiles cabellos en un gracioso moñito que le ataban sobre el occipucio con un lazo de vivos colores. Nena protestaba, pero acabó por acostumbrarse al ajetreo. Y al sol, al que parecía saludar cuando la sacaban a la era, mirándolo y sonriendo al mismo tiempo. A fin de que no se estropeara la vista, el Xavi le compró unas gafas oscuras en la ciudad. Eran gafas de ciego, enormes, con anchas patillas. Nena las aceptó sin protestar.

Diez días después, la subnormal parecía otra. Cristina tiró los oscuros ropones con que la vestían y compró en un mercadillo dos alegres estampados que arregló ella misma. Ahora estaba sentada en la era, con un vistoso traje azul rameado de blanco y el chaquetón de piel del Xavi echado sobre los hombros. Llevaba puestas las gafas y un pañuelo rojo a la cabeza. Su cara fofa, antes descolorida, había adquirido un saludable tinte rosado, y las arrugas habían desaparecido por efecto del masaje que le daba Gloria dos veces al día. Desde lejos, parecía una jubilada extranjera tomando sosegadamente el sol.

Cuando el Xavi se acercó, los descoloridos labios de la subnormal se movieron imperceptiblemente.

- ¿Va bene, Nena? —saludó agitando los brazos. Y pidió que le trajeran una barra de carmín.

Olga, que estaba empapuzando a Feo, un patito aborrecido por la madre, le replicó que pedir una barra de carmín allí era como pedirle un libro al tendero de la esquina.

—¿Tú nos has visto con los morros pringados alguna vez?

—Pues, anota en la lista de compras. Un lápiz de labios «Margaret Astor» para Nena. Y una caja de «Nivea». Que se nos despelleja la familia.

Olga transmitió el encargo a grito pelado a Cristina, que era la encargada de hacer la lista de la compra.

Como todas las mañanas a aquella hora, el Xavi empezó su clase con Nena. En los últimos siete días había conseguido que las manos de la enferma coordinaran los movimientos más elementales.

—¿Qué? ¿Empezamos, chata? Vamos a ver. ¿Dónde escondes tu manita? No. Ésa no. No nos vayas a salir de izquierdas. La otra. Eso. Eso es.

Nena había avanzado la mano izquierda, pero cuando el Xavi escondió la suya a la espalda y le enseñó la otra, ella le imitó. Entonces le puso entre los dedos una ramita seca de algarrobo, que Nena se apresuró a partir en dos.

—¿Y si en vez de esa porquería fuera un «Chupa», que tanto te gusta? ¿Dónde te lo pondrías?

Nena vaciló. Luego, cuando vio que el Xavi hacia el ademán de llevarse algo a la boca, le imitó. El Xavi dio una voltereta, y la subnormal sonrió. De su boca colgaba una baba transparente, que él se apresuró a limpiar.

—Eso no, Nena —dijo poniéndose serio—. Los labios apretados. Así. ¿Ves? Si sigues babeando, te vamos a llamar Limaca Horrenda en lugar de Nena. ¿Entendido?

Se sentó a su lado y golpeó amistosamente su rodilla.

—Seguimos. ¿Y si el «Chupa» estuviera podrido? ¡Tíralo!

Nena respirara aguadamente.

—No te cabrees, mujer. Ayer lo sabias. ¡Tíralo! El «Chupa» está malo. Puede hacerte daño. ¡Tíralo! Está malo. Está malo. ¡Está malo!

La anormal emitió un gemido prolongado. Seguía sosteniendo la ramita partida en la mano derecha, pero no sabía qué hacer con ella. Entonces el Xavi tomó el otro pedazo y lo arrojó al suelo violentamente.

—¡Tíralo! ¡Tíralo! Tienes que aprender el sentido de alguna palabreja, o los Reyes no te traerán el «Belcor». Está malo. Está malo.

De pronto, la enferma soltó la rama de la mano. El Xavi, emocionado, se levantó y le dio un beso en la frente.

—¡Tendrás tu «Belcor»! —exclamó.

Miró a Olga.

—¿Has visto lo presumida que es tu tía?

—De la familia.

En aquel momento llegó Cristina. Llevaba una falda negra, que arrastraba por el suelo, y una peluca rubia. El Xavi preguntó si era carnaval, y Cristina le contestó arrugando la nariz en una graciosa mueca.

—¿Eso que llevas no es un vestido de Nena?

Se encogió de hombros adentras le daba a Olga unas tijeras.

—Lo he recogido de la basura —dijo—. A ella no le va, en cambio a mí, ya ves pintada, que diría mamá de plexiglás. Mira a ver por dónde cuelga, y corta, rebana, trincha, trunca, mutila, saja.

El Xavi levantó los brazos. Exclamó:

—¡Hala, hala! No sé cómo respiras, con tantos sinónimos en la barriga. Échalos de una vez. ¡Vomita, capullo mío!

Cristina rió. Era licenciada en románicas, y de vez en cuando se liberaba del peso rezando lo que ella decía su «rosario particular de estupideces semánticas».

Olga le puso en las manos a Feo y se inclinó en busca de los desniveles del orillo. De pronto se llevó las manos a la garganta y empezó a vomitar.

—¿Otra vez, chiquilla? —dijo Cristina.

El Xavi la levantó tomándola de los sobacos.

—Llévatela a casa, Cristina —dijo. En seguida preguntó a Olga si era en efecto la primera falta—. Porque tú no sabes contar. Por algo te matricularías en el GOU de Ciencias.

El Xavi se quedó con el patito Feo en las manos viendo cómo se alejaban Olga y Cristina. A su lado, Nena movía la cabeza de un lado hacia otro en un balanceo nervioso, descontrolado. El Xavi sacó del bolsillo de la cazadora un «Chupa-Chups», le quitó el papel y lo enchufó en la boca de la enferma. Luego se sentó debajo de un pino, sobre una losa, y estiró las piernas.

El sol que se filtraba por entre las agujas encendía la llamarada de su crespa barba azafranada. Cerró los ojos. «Olga, preñada —pensó—, me infunde un respeto ridículo, ¿A santo de qué esta coña?» Sabía que, al mismo tiempo que se acostaba con él, lo hacía con Iván. Quizá con otros tíos. Por eso resultaba imposible saber quién era el padre de la criatura. Recordó la conversación con ella, unos días antes, a poco de incorporarse Nena a la comuna.

«-Alguien me ha enganchado, Xavi —le había dicho Olga mirando al suelo.

»—¿Qué piensas hacer?

»—Todavía no lo he decidido. Es probable que me lo quite,

»—Menudo follón.

»—Tú eres médico. De esto sabrás más que yo.

»—No. Ahí sí que paso.

»—¿Por qué?

»—¡Yo qué sé coño!

»—Tú eres partidario del aborto. Al menos, lo dices.

»—Yo soy partidario de no ser partidario. De nada. Ése es asunto tuyo. No quiero meterme. ¿Lo entiendes? Además, qué coño de médico tengo yo. El título. Pero no quiero ser médico. No quiero ser nada. ¡Nada, coño!

»—¿Te figuras que es tuyo?

»—Podría ser. ¿O es que esta noche te ha telegrafiado el de las barbas diciéndote que soy un sanjosé castrado?

»—Existe tal posibilidad. Pero yo no lo sé, Xavi. Comprendido.

»—Está bien. Está bien. Yo no te he pedido explicaciones. ¿Se lo has dicho a Iván?

»—Todavía no. Hace tres semanas que no le veo. Está en La Molina.

»—¡Pero si ni siquiera llueve! ¿Qué leches hace ése en La Molina?

»—Que haga lo que quiera. De todas formas, pienso decírselo cuando aterrice por Barcelona.

»—¿Y tus padres?

»—¿Qué padres?

»—Bonito panorama. Ahora resulta que uno es sospechoso de terrorismo de paternidad. ¡Y no me mires así, coño!

»—¡Oye, oye, que yo no te pido nada! Ni pienso pedírtelo. El problema es mío. O me quito d feto, o lo dejo que engorde ahí. Ya me lo pensaré. Lo único que he hecho es decirte lo que hay. ¿O es que te parece mal?

»—Me voy a ver a Nena. Es la hora de su dase.»

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