21

En la tarde del viernes, diecisiete de julio, Alejandro Acosta se encerrad en su camarote del destartalado carbonero que acababa de salir del puerto de Bilbao. El trabajo a bordo le había impedido leer la Prensa de la mañana. Las noticias eran alarmantes. Al parecer, los diputados de las derechas con mayor significación política y algunos líderes, como Vallellano y Gil Robles, representantes de la minoría monárquica y de la CEDA, respectivamente, habían abandonado precipitadamente Madrid en dirección a la frontera francesa. Antes, en la Permanente celebrada el quince de julio, habían declarado que sus partidos se retiraban de las Cortes, tras haber amenazado al Gobierno del Frente Popular con apoyar al primero que se levantara para «salvar España».

Alejandro recordó un artículo de Prieto, publicado dos días antes en El liberal de Bilbao y revolvió en sus papeles hasta dar con él. Lo releyó detenidamente. Uno de los párrafos decía: «Si la reacción sueña con un golpe de Estado incruento como el de 1923, se equivoca de medio a medio. Si supone que encontrará al régimen indefenso, se engaña. Para vencer habrá de saltar por encima del valladar que le opondrán las casas populares. Será —lo tengo dicho muchas veces— una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel.» Reflexionó sobre estos párrafos de Prieto, uno de los pocos políticos de izquierdas que le merecían confianza, aunque no comulgara con sus ideas. Murmuró: «Una batalla q muerte, sin cuartel.»

Pensó en su familia, en los hijos. Despacio, como obedeciendo a un ritual, abrió el cajón del escritorio y sacó unas cuartillas de papel tela que dejó sobre la carpeta de hule negro. Luego empezó a liar un cigarrillo. Lo hizo sosegadamente, recreándose en una labor que, según solía decir, no producía nunca dos obras iguales. Con el cigarro en los labios, desenroscó el capuchón de la «Wattermann» negra y lo ensambló cuidadosamente con la pluma. Después encendió una cerilla de madera y prendió.

Veía con el pensamiento la cara pálida de su mujer, sus ojos de sobresalto; veía los hoyos que se le hacían a Marta en la cara cuando se reía, la expresión severa del tajo mayor, la mirada de espabilado de Carlos v al más pequeño, Tito, distraído como siempre, ensimismado. Escribió: «En alta mar, a 17 de julio de 1936.»

Se quedó con la pluma en alto. ¿Qué podía decirles? ¿Cuál había de ser su consejo ante el vendaval de sangre que se avecinaba? Porque Alejandro tenía el convencimiento de que el drama estaba muy cerca. Por los puntos de la pluma fluía la tinta en trazos gruesos. La caligrafía era clara y firme, sin el más ligero asomo de vacilación. «Háblales a los chicos de la obligación moral que tienen de respetar la vida humana. Cualquiera que sea la circunstancia en que se encuentren, que no olviden esto que te digo.» Le preocupaba la militancia de Juan en Falange, un partido que, a criterio de Alejandro, imponía su credo utilizando la violencia física y moral. «Que ninguno de nuestros hijos olvide que son hermanos. Que no permitan, bajo ningún concepto, que la política les separe. Se empieza por ahí, simples discrepancias que se comentan en la sobremesa, y muchas veces se termina con el odio y el crimen. Una guerra entre hermanos es la peor de las maldiciones.»

¿Y de él? ¿Qué podía contarles? «Considero inútil recordaros lo mucho que os quiero, lo que os he querido siempre a todos sin distinción. A veces pienso que la vida de un padre resulta demasiado corta para poder demostrar a la familia que ha creado el amor que le profesa. En mi caso, puedo deciros que toda mi voluntad para seguir luchando hasta que Dios decida mi fin, se alimenta de vuestro cariño. Sin él sería hombre al agua.»

Al llegar a este punto se interrumpió. Alguien había entrado en el camarote sin pedir permiso. Volvió la cabeza. Dos muchachotes fornidos le miraban con el ceño de piedra. Vestían chubasqueros amarillos, sobre los que se había adherido el polvillo oscuro del carbón, y tenían la cara y las manos tiznadas.

Uno de ellos, el más fuerte, dijo:

—Capitán, tendremos que decidir en qué puerto entramos.

Alejandro se levantó y se quitó los lentes despacio. Luego se quedó mirando al marinero como si estuviera viéndolo por primera vez.

—No sé si te be entendido bien. Explícate.

El marinero levantó la cabeza con un orgullo tan extraño como el brillo que había en sus ojos.

—Los militares se han sublevado en África —dijo—. Acaba de recibir la noticia el telegrafista. No sabemos en qué va a quedar todo esto. Así que hemos decidido no tocar ningún puerto de momento.

Alejandro avanzó un paso.

—¿Hemos decidido? ¿Quién puede decidir a bordo sino el capitán?.

—El Comité.

—Pues yo tengo orden de descargar en Sevilla y a Sevilla iremos.

—¿Aunque esté en poder de los sublevados?

—He dicho que iremos a Sevilla. Y basta.

—Es todo lo que queríamos saber.

Se fueron. Alejandro volvió a sentarse a la mesa escritorio y metió la carta en un sobre. Puso luego la dirección. Letra clara, grande, perfectamente legible. Luego la dejó apoyada sobre el pie de flexo que tenía a su izquierda. La tiraría en Gijón. Sin embargo, aquella carta no tenía que llegar nunca a su destino.

Generaciones
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml
sec_0230.xhtml
sec_0231.xhtml
sec_0232.xhtml
sec_0233.xhtml
sec_0234.xhtml
sec_0235.xhtml
sec_0236.xhtml
sec_0237.xhtml
sec_0238.xhtml
sec_0239.xhtml
sec_0240.xhtml
sec_0241.xhtml
sec_0242.xhtml
sec_0243.xhtml
sec_0244.xhtml
sec_0245.xhtml
sec_0246.xhtml
sec_0247.xhtml
sec_0248.xhtml
sec_0249.xhtml
sec_0250.xhtml
sec_0251.xhtml
sec_0252.xhtml
sec_0253.xhtml
sec_0254.xhtml
sec_0255.xhtml
sec_0256.xhtml
sec_0257.xhtml
sec_0258.xhtml
sec_0259.xhtml
sec_0260.xhtml
sec_0261.xhtml
sec_0262.xhtml
sec_0263.xhtml
sec_0264.xhtml