3

Estaba allí. Rodeándola. Aplastándola como una losa hecha de silencio. La soledad, a la que tanto temía, estaba frente a ella. Dentro de ella. Ella era la misma soledad.

Eulalia se levantó del sofá donde se había instalado hacía más de una hora, delante del televisor, y fue en busca de su hija. La encontró en su cuarto leyendo a Mar— cuse.

—A la tele no hay quien la soporte —dijo arrodillándose junto a ella en la moqueta azul—. Cada día está peor. Han puesto un musical nuevo, El hotel de las mil y una estrellas, y el único que se salva es Luisito Aguilé. Sólo porque tiene tablas.

Olga siguió leyendo.

Llevaba puesto un chándal rojo con cuello y puños negros que la hacía parecer una niña. Iba descalza.

Eulalia resopló.

—¿No crees que la calefacción está demasiado fuerte? Se lo tengo dicho al portero. Cualquier día nos encuentra a todos los vecinos asaditos. Como castañas pilongas. Olga replicó sin levantar la vista del libro:

—Las castañas pilongas no se asan, mamá.

—¿No?

—No. Se secan.

Dobló la página al sesgo y bostezó.

—¿Tienes apetito? —le preguntó Eulalia quitándole el libro de la mano.

—Qué va.

—Pues la abuela, cuando oía bostezar a alguien, decía: hambre, sueño... Olga remedó en tono cantarín:

—... o ruindad del dueño. Lo has dicho mil veces, mamaísima.

—¡Ay, hija! Es que con vosotros no se puede hablar.

—Hablar, sí. Lo que no se puede es decir tonterías. Y menos aún, repetirlas. Y repetirlas. ¡Toda la vida escuchando tonterías!

Se volvió hacia su madre, que la miraba sorprendida, y le sacó la punta de la lengua. En seguida la abrazó.

—No te enfades, mujer —dijo riendo—. Lo que te ocurre es que te aburres como una ostra. ¿Cómo es que no has aprovechado este largo fin de semana? Está hoy, el puente de la Purísima.

Eulalia se encogió de hombros.

—Alejandro se ha ido solo.

—Malo. ¿Dónde está?

—En Poblet.

—¿En el monasterio?

—Sí, hija. Hasta una celda ha tomado allí.

—A ver si al final nos sale frailongo. ¿Es Císter lo que hay allí? Eulalia frotaba distraídamente con la uña un grumo de pasta del lomo del volumen.

—Císter, sí —dijo pensativa. Y añadió—: Escribe unos poemas raros. Y he leído algunos y no acabo de entenderlos del todo.

—A mí me da la impresión de que Alejandro está hasta el coco. Eulalia parpadeó nerviosa.

—¿Verdad que sí?

—La verdad, mamita del alma, es que la vida que hacéis es para hartarse uno. Olga se agarró el cuello con la mano abierta.

—Pero así. ¡Hasta el gañote!

—¿Te refieres a la vida social?

—Me refiero a todo. Es falso. Lo que no sé es cómo no lo ves. Tú eres una tía despierta.

—¿Pero qué modo de hablar es ése? ¡Una tía!

—Perdón. He querido decir que eres una señora inteligente y perspicaz. ¿Está mejor así?

—Bueno, y qué.

—Pues eso. Que vivís en falso. Pisáis sobre fórmulas sociales. Vais sorteando intrigas, malas leches.

Hizo una graciosa mueca.

—Perdón, zancadillas. Ahora mismo esa foto de Marta en el artículo de Forcadell sobre los fascistas le habrá sentado como un tiro a Alejandro. Con lo susceptible que es él. Y eso se lo hace un amíguete. Un compañero de profesión. Por lo poco que he visto, creo que los genios literarios que andan sueltos por ahí se preocupan más de hacerse la pascua inteligentemente que de aprender a escribir. Miró a su madre con cierta expresión de inocencia estudiada.

—¿O no?

—Algo hay.

Eulalia dijo que Alejandro tenía problemas.

—La pequeña, Marta, esa cría estúpida, se ha dejado los estudios y vive en Madrid con una amiga. Ahora ha venido el hijo, que se niega a verle. A hablar con él. Y luego está su hermano, que no le deja a sol ni a sombra.

—¿No olvidas a alguien?

Eulalia gateó hasta una mesa baja pintada de blanco, tomó un «ducados» del paquete abierto y lo encendió.

—Si te refieres a su mujer, te equivocas —dijo expulsando el humo—. Es algo que no me preocupa,

—Pues yo no lo veo tan claro. Alejandro es de los que acaban volviendo. Y perdona que te lo diga así. Tan crudamente.

Rió en las mismas narices de su madre. Luego ironizó:

—Somos seres civilizados. ¿No?

—Mortificar a la gente es lo más opuesto que pueda darse al concepto de ser civilizado. Al menos, al concepto que tengo formado yo. Eulalia se levantó.

—Pero la culpa es mía —dijo—. Por tratar de conversar con mi hija. Olga la agarró del cinturón de la bata.

—¿Quieres que hablemos seriamente? No como personas civilizadas. Sabes que eso no me va. Podemos hablar a mi modo.

—Me gustaría saber cuál es tu modo.

—A lo bestia. Llamando al pan, pan, y al vino, vino. Es como se entiende la gente.

Después de sostener el reto de la mirada de su hija, Eulalia apoyó la espalda en la pared.

—Te escucho —dijo incapaz de controlar su parpadeo.

—Está bien. Para empezar, te diré que, a estas horas, tú sabes tan bien como yo que una de las dos partidas la has perdido.

—¿A qué partida te refieres?

—La de Alejandro.

—¿Quieres decir que sigue queriendo a su mujer?

—Ese no quiere a nadie. Únicamente se quiere a él. Es un tipo inestable. Contradictorio Caprichoso. Egoísta como los niños. Que es lo que en realidad sigue siendo. ¿O es que no te has dado cuenta?

—¿Y la otra partida?

—Ésa siempre la tienes ganada, porque papá te quiere. Eulalia rehuyó la mirada de su hija.

—¿Cómo está?

—De momento con los análisis. Se ha enfadado mucho con Quique.

—¿Por qué?

—Dice que su puesto está aquí. A tu lado. Pero en el fondo se ha alegrado de que se fuera a vivir con él. Está más solo que la una. Tras un silencio, Olga continuó:

—Cuando vuelva de mi viaje a Londres me iré con él. No creo que te importe. Eulalia no contestó.

—Quique tiene que estar en el sur de Francia unas semanas. Un torneo de juniors.

Y como comprenderás, papá no puede quedarse solo en las condiciones en que se encuentra. Sobre todo si se interna en una clínica.

Eulalia aplastó el cigarrillo con rabia contra el cenicero.

—Haz lo que te parezca —dijo—. Yo me voy a la cama. Estoy cansada.

Cruzó por delante de su hija en silencio. Sin tan siquiera desearle las buenas noches.

Generaciones
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml
sec_0230.xhtml
sec_0231.xhtml
sec_0232.xhtml
sec_0233.xhtml
sec_0234.xhtml
sec_0235.xhtml
sec_0236.xhtml
sec_0237.xhtml
sec_0238.xhtml
sec_0239.xhtml
sec_0240.xhtml
sec_0241.xhtml
sec_0242.xhtml
sec_0243.xhtml
sec_0244.xhtml
sec_0245.xhtml
sec_0246.xhtml
sec_0247.xhtml
sec_0248.xhtml
sec_0249.xhtml
sec_0250.xhtml
sec_0251.xhtml
sec_0252.xhtml
sec_0253.xhtml
sec_0254.xhtml
sec_0255.xhtml
sec_0256.xhtml
sec_0257.xhtml
sec_0258.xhtml
sec_0259.xhtml
sec_0260.xhtml
sec_0261.xhtml
sec_0262.xhtml
sec_0263.xhtml
sec_0264.xhtml