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Durante aquellas vacaciones de Navidad, Marta almorzó en «Jockey», compró estampas viejas en el Rastro, visitó dos veces el Museo del Ejército, asistió a la misa del Gallo en los Jerónimos y se hartó de pasear a Yalito por la acera de casa. Acompañando a sus tíos y a la madre, hizo varias excursiones por los pueblos de los alrededores de Madrid. Visitó el Valle de los Caídos, aprendió in situ la heroica gesta del general Moscardó, versión «en absoluto apasionada» de su tío el coronel, y comió cochinillo en el «Mesón de Cándido». En una palabra, se aburrió soberanamente.
Atravesaba una época de abatimiento, que reflejaba en su mutismo y su mal humor. Carlos, para animarla, le contaba cosas de la guerra Le hablaba de política, sobre todo del Rey, a quien había que respetar «porque así lo pedía el Caudillo en su testamento», y de su hombre de confianza, el presidente Arias. Algunas tardes, mientras Fefa y Elena daban una vuelta por las boutiques o repartían mantas desechadas por el Ejército en el Pozo del Tío Raimundo, Carlos invitaba a su sobrina a merendar en «California» y luego se metían en un cine.
En cierta ocasión asistió a una fiesta con un grupito de muchachas, casi todas hijas de militares. En seguida notó un estilo distinto al de sus amigos de Barcelona. Aquellas jovencitas, de su misma edad, no llevaban prendas progres. Ni siquiera usaban pantalones. Vestían modelos de corte clásico, se peinaban con melenas cortas y casi todas se maquillaban. Por otra parte, movían las caderas al caminar, daban saltitos como de histeria y su único tema de conversación eran los Nachitos y los Francisco-Javieres de la panda.
Como no consiguió conectar con ellas, su tía Fefa telefoneó a Begoñita Pontejos, algunos años mayor que Marta, para que saliera con ella y, a la vez, «pusiera un poco de orden en su cabeza». «Tú cuéntale tus cosas, hija —le había dicho Fefa—. No te dé reparo. Dile lo que te pasa con tu padre. Todo. Begoñita es psicóloga. Te ayudará, mujer.»
Delgaducha, tímida y descolorida, Begoñita Pontejos le cayó bien. Salió con ella durante varios días, la informó del desengaño que había sufrido con el padre, que no se acordaba de ella, ni tenía unos minutos para llamarla a casa, e incluso lloró sobre su hombro huesudo. Intimaron. Y cuando regresó a Barcelona, una vez terminadas las vacaciones, empezaron a cartearse.