18
El Xavi despertó de su adormilamiento al oír el claxon de un coche. Todavía era de noche cuando salió a la era, desde donde vio unos faros encendidos arriba, en el camino. El claxon volvió a sonar, por lo que el Xavi empezó a subir por la ladera en dirección al vehículo.
El frío le mordía las orejas y ponía lágrimas en sus ojos. Como el vientre le pesaba demasiado se paró a mitad del talud en busca de resuello. Levantó la cabeza hacia un cielo profundo y muy negro, en el que se arremolinaban millones de estrellas. Impresionado por la grandiosidad del espectáculo, el Xavi exclamó: «¡Cono!» Tras el lacónico poema reanudó la ascensión.
Junto al coche, que resultó ser un taxi, había un hombre de pie con las manos en los bolsillos del chaquetón y la cabeza hundida entre los hombros. El Xavi le preguntó a quién buscaba.
—Un servidor, a nadie —repuso el taxista en un castellano cantarín, agallegado—. Esta señora es la que busca a un hijo suyo.
Al Xavi le dio un vuelco el corazón cuando vio la cara pálida de su madre tras el cristal de la ventanilla.
Abrió la puerta y se sentó a su lado.
—¿Pasa algo?
La madre lo besó.
La madre del Xavi abrió el bolso y sacó un sobre abierto.
—Es que te ha tocado.
—¿A mí? Si yo no juego.
Tomó el sobre y encendió la luz de interior.
—¿Qué es esto? ¿El premio Nobel?
La madre rió.
—Te han nombrado vocal en una mesa.
—¿Vocal de qué?
—¿Es que no sabes qué día es hoy?
El Xavi levantó un hombro.
—Martes. O miércoles. O lo que sea. ¡A mí qué me importa qué día es hoy! —Es el día del referéndum, hijo.
—¿Y han venido a pensar en mí? ¡Menuda cofia!
La madre del Xavi le explicó que lo habían elegido en sorteo, como a los restantes componentes de la mesa. Añadió que no podía renunciar.
—Ponen multas muy gordas. O le meten a uno en la cárcel. Por eso he decidido venir tempranito.
El Xavi la invitó a bajar a la comuna.
—Tomas algo caliente —dijo—. Y de paso me lavaré la cara. Ella le apretó el brazo con una mano enguantada, mientras le preguntaba si vivía en pecado con alguna mujer.
El Xavi levantó el labio de abajo.
—¿En pecado? No sé.
—La verdad es que me gustaría conocerla. Aunque no sé si haré mal.
—Tú misma.
La ayudó a bajar el desnivel y entró delante de ella para encender una vela.