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Alejandro releyó en el camarote algunos párrafos de la carta de su mujer.
Decían así:
«Sabes que lo último que haría es disgustarte, pero quiero que sepas algo que ha sucedido con el pequeño antes de que te enteres por otras personas.
»Imagínate que me lo veo venir bastante después del toque de ánimas, cosa rara en él, acompañado de un amigo y vestido con sus ropas. Un cuadro, porque el amigo a que me refiero es más bajito que el pero mucho más gordo. Marta, ya sabes cómo es, soltó una de sus carcajadas. Pero yo, que estaba que la ropa no me tocaba al cuerpo, yo creí que se había caído al mar. O que alguien le había maltratado. ¡Qué sé yo!
»Conque, claro, le pregunto qué le había pasado, y me sale con la historia más rara que te puedas imaginar. Te confieso que al principio me armé un lío, con el Mico y el Cojo y no sé qué otros personajes por el estilo. Gente que, la verdad, en casa ni se habían mencionado nunca. Total, que tu hijo, tan calladito él, se había ido a la gola del río según él porque le gusta oír cantar a las ranas, y allí no sé cómo se había juntado con unos golfantes del arrabal. Pero no vayas a figurarte que eran cualquier cosa. Eran los golfos más golfos del pueblo. Lo más tirado. Y con ellos que se me va al viaducto. ¡El susto que me llevé cuando mencionó esta palabra!
»Según me pareció entender, uno de esos golfantes, el Cojo o el Mico, lo mismo da, le desafió a pasar el viaducto por la parte de fuera. Ya sabes que, en lugar de barandilla, hay sólo dos barras metálicas, dos varillas de parte a parte. Una a la altura del pecho y la otra, más o menos, a la de la rodilla. Y nada más. Bueno, pues tu hijo, aceptó el reto y empezó a "pasar el puente por fuera", como dice él. Pero cuando estaba a la mitad, con el otro, el Mico me parece que era, empezó a diluviar. ¿Te lo imaginas? Yo te lo estoy contando y me pongo enferma de vértigo. Con lo resbaladizo que es aquello, y un centenar de metros de altura. El Ángel de la Guarda que estaba con ellos, mira. No hay otra explicación.
»¿Crees que se volvió atrás ninguno de los dos? No señor. Ni pensarlo. Había que quedar como un hombre. El puntillo. Y el bueno de Tito "pasó por fuera* hasta el final. Pero lo mejor del caso es que les vieron desde el otro puente, el de la carretera. Y empezó a aglomerarse la gente. Un espectáculo. Porque, y en esto hicieron bien, los municipales no quisieron intervenir. Tenían miedo de asustarlos y de que se cayeran.
Todo el pueblo en vilo, aguantando la lluvia, por culpa de Tito. Ya te digo, aquí no se habla de otra cosa.
»Luego que hubieron pasado, los guardias, que los esperaban escondidos, por supuesto, les echaron el guante y se los llevaron al cuartelillo. A tu hijo no le conocían, porque llevamos poco tiempo en el pueblo. Y él, cuando se dio a conocer, se negó a salir de allí si no salían con él ese Mico y ese Cojo.
»Llegó a casa tan tranquilo. Traía las ropas empapadas debajo del brazo. Había perdido el impermeable. Para qué quieres que te cuente. ¡Ah, y me viene con un pañuelo lleno de sangre! Mira, casi me desmayo del susto. Bueno, pues él, ya te digo. Tan fresco. Más tarde, cuando traté de reflexionarle, me sorprendió su firmeza. Y su forma de razonar. "Esos chicos —me dijo— no son peores que yo. Y si son como son es por culpa de todos nosotros.* ¿No te parece muy raro que hable así un niño de diez años?
»Tú le conoces bien. Lo sé. Pero hay que ver lo que ha cambiado en poco tiempo. No quiere ir a la Academia de don José, ya sabes, la que hemos formado aquí los de derechas para evitar que los niños reciban enseñanza laica en la del Ayuntamiento. Dice que no congenia con sus compañeros. Quiere pasarse a la otra. Con lo verdes que son sus profesores. Gente joven, moderna. En lugar de enseñarles Religión, les obligan a saberse la Constitución. Y dan clases de cultura sexual. Como si esas cosas les interesaran a los chicos. Yo le he dicho que te pida permiso a ti. Así que quizá te escriba un día de éstos.
»Bueno, ya sabes lo que hay. El chico éste me preocupa. Sin darse cuenta, creo yo, aspira a todo lo que no es noble. Esto es algo que sale de él sin que exista un propósito deliberado. Por ejemplo, me aseguró que no quiso decirle al cabo que en casa conocíamos mucho al juez, porque sus amigotes, los golfos, no podían decir lo mismo. Y esto lo encuentra tan natural. No quiere privilegios. Ya me dirás qué opinas de lo que te cuento y cómo consideras que habría que encauzar a este chico para que no se dé de bofetadas con la vida.»