2

Pensaba que sn hijo había tenido suerte en el matrimonio. Sofía era una mujer espléndida que, además, podía ser presentada en cualquier parte. Sin llegar a preocuparle, le inquietaba su llamada. «Es posible que tenga algo que decirme sobre lo del curso de Pape en Estado Mayor —pensó—. A lo mejor lo ha convencido.»

En seguida que cogió el teléfono salió de dudas. Sofía le pedía que la invitara a almorzar. Sencillamente eso.

—¿Desde dónde llamas?

—Desde el despacho del Banco. Como sabes, Pepe está en Bilbao. Y a tu mujer se le ha ocurrido comer en casa de Elena, la mujer de Alejandro y cuñadísima suya. O sea, que me han dejado sola. Y como los niños están en el colegio, yo me he preguntado por qué no me invitaba mi suegro a una buena cuchipanda.

—Muy bien, rica. ¿Dónde quieres ir? Porque yo esta Barcelona la conozco muy poco.

—Tú déjame a mí.

—Bueno, bueno. ¿Dónde quedamos?

—A las dos y media en tu hotel. Pasaré a recogerte.

Carlos sonrió satisfecho. Le gustaba que su familia se acordara de él, aunque fuera para pagar un almuerzo que iba a costarle un ojo de la cara, conociendo como conocía los gustos de su nuera. Se metió en el baño, pensando en la forma de dorarle la píldora a Natalia. «En cualquier caso, que se vaya a hacer puñetas», dijo en voz alta. Y empezó a cantar:

Chaparrita, la divina,

la que al templo se encamina

por la mañana a rezar.

La canción le trasladó a la primavera del treinta y nueve. Veinticuatro años, dos estrellas de seis puntas sobre fondo negro y vencedor en una guerra civil, en la que representaba la causa de Dios, eran motivos mis que suficientes para, en su caso, cantarla con la alegre irresponsabilidad de quien no alcanza a ver el mar de sangre que amenazaba a los vencidos. Primero en la chabola, en las islas de banderas después, más tarde en el comedor de su casa, alternaba la Chaparrita rezandera con aquella Catalina que se pasaba el día en la fuente del querer.

Catalina fue a por agua

a la fuente del querer.

¡Catalina si, Catalina y qué!

Había habido muertos, incluso en su familia, pero las guerras traían siempre esas cosas, y el que no se quisiera enterar que se pegara un tiro. Fue por entonces, en Murcia, donde conoció a la que había de ser su mujer. Josita era monilla y bebía los vientos por él. Se la encontraba hasta en la sopa. Pero Carlos le tenía verdadero pánico, porque se conocía y porque Josita era el ojo derecho del comandante Pellicer, como su hija única que era.

Mientras se enjabonaba perezosamente, Carlos cantaba con los ojos cerrados:

Lleva besos a montones,

pellizcos y mordiscones,

que a veces la hacen llorar.

Había tenido suerte en la vida. Se lo decía frotándose el cuello, todavía irritado por los mordiscos de Natalia. Lo malo era que la vida se acababa como las buenas películas, cuando uno llega a lo mejor. Por eso había decidido disfrutar de ella mientras pudiera. Como padre y como militar, su obra había concluido. Si los españoles eran unos insensatos dispuestos a conseguir que la hoz y el martillo siguiera viéndose por todas partes, y que España fuera otra vez atea y se rompiera en mil pedazos con lo de las autonomías, allá ellos. Tenían todo el día para votar a la Nicolasa, como llamaba él a la Constitución. «¡Por las narices van a echarla!»

Siguió cantando:

Ella sufre y también llora,

y el llanto la decolora,

pero se vuelve a pintar.

Por aquellas fechas todas las María Josefas de España se hacían llamar Jositas imitando a josita Hernán. Carlos, que a medida que ascendía se le iba despertando el senado del humor, llamaba cariñosamente a su novia «la tonta del bote», por aquello de la película que había hecho la Josita con el pánfilo de Rafael Duran. Josita pasaría a ser Maise en los primeros años de casada, cuando le acompañaba de guarnición en guarnición con los crios. Fue María José cuando los chicos estudiaban el Bachiller y él empezaba a situarse económicamente. Por último, cuando ya tenía hechos los millones, pasó a llamarse Fefa. El sobre sanaba a cosa fea, pero las Pacas y las Curras se habían puesto de moda entre la gente bien, y la Josita de los primeros tiempos de pos— guerra se sentía feliz llamándose así. A Carlos el nombre ni le gustaba ni le dejaba de gustar. Simplemente le hada gracia. Por eso, ahora que había llegado a la vejez, siempre que llamaba a su mujer se le escurría la risa de los labios.

Tarjetas de crédito de los grandes almacenes. Es con lo que Fefa se contentaba en los últimos tiempos. Con eso, y con que la dejaran despotricar contra el Gobierno de Suárez. Carlos le llevaba la corriente, peto en su casa seguía mandando él. Y en la de los hijos, especialmente en casa de José, a quien todavía miraba a veces con ojos más de coronel que de padre. Sofía, sin embargo, era diferente. «Buena chica —pensaba Carlos mientras sacaba de la bañera una pierna flaca y varicosa—, pero demasiado intelectual.».

Tenía decidido guardarse el secreto hasta que llegara el momento, y el momento sería después de una cena por todo lo alto servida por «Jockey» en su casa de Madrid, en la de Carlos. Amistades íntimas. Y etiqueta. Él se pondría el uniforme nuevo de coronel, de gala, y le haría ponerse a su hijo José el de comandante. Y luego, después de los postres, pondría él mismo sobre la mesa el sable que pensaba regalarle al nuevo jefe, el que había de perpetuar el apellido Acosta en el anuario militar. El sable era una réplica exacta del que le regalaron a Franco los compañeros de promoción con motivo de su ascenso a general, recién cumplidos los treinta y tres años. Carlos, sin embargo, había mandado hacer la hoja de plata maciza y el puño de oro, con las iniciales esmaltadas a fuego.

No le diría, pues, a su nuera la sorpresa que preparaba para José. Almorzaría con ella tranquilamente y después la llevaría a alguna parte. Pero ¿qué haría con Natalia?

Generaciones
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml
sec_0230.xhtml
sec_0231.xhtml
sec_0232.xhtml
sec_0233.xhtml
sec_0234.xhtml
sec_0235.xhtml
sec_0236.xhtml
sec_0237.xhtml
sec_0238.xhtml
sec_0239.xhtml
sec_0240.xhtml
sec_0241.xhtml
sec_0242.xhtml
sec_0243.xhtml
sec_0244.xhtml
sec_0245.xhtml
sec_0246.xhtml
sec_0247.xhtml
sec_0248.xhtml
sec_0249.xhtml
sec_0250.xhtml
sec_0251.xhtml
sec_0252.xhtml
sec_0253.xhtml
sec_0254.xhtml
sec_0255.xhtml
sec_0256.xhtml
sec_0257.xhtml
sec_0258.xhtml
sec_0259.xhtml
sec_0260.xhtml
sec_0261.xhtml
sec_0262.xhtml
sec_0263.xhtml
sec_0264.xhtml