19

En las calles había una calma tensa cuando salieron de la granja. Caminaron hacia el centro. De vez en cuando pasaban automóviles a toda velocidad sin respetar las señales de tráfico, Lolita y Juan se retiraban prudentemente buscando la protección de un portal, o la proximidad de cualquier vehículo aparcado que pudiera servir de parapeto a posibles disparos. En las esquinas patrullaban parejas de la Guardia Civil con el mosquetón montado en las manos. Otras veces eran escuadrones de Asalto. El nervioso crepitar de las herraduras sobre el adoquinado de calles y plazas imponía en el silencio reinante. Le» grupos de vecinos que ordinariamente tomaban el fresco en la acera, delante del portal, habían desaparecido. En su lugar, se veían gatos desconcertados que miraban con sus ojos fosforescentes a Lolita y a Juan, dispuestos a escapar al menor movimiento sospechoso.

Cerca de la Telefónica se había formado una muchedumbre vociferante que insultaba a las fuerzas de Asalto y se disponía a marchar sobre la Dirección General de Seguridad. Daban mueras a la República y vivas al Ejército, y levantaban pancartas con letreros ofensivos contra el Gobierno y grandes fotografías de Calvo Sotelo. Lolita dijo:

—No veo camisas azules.

Juan la llevaba delante de él, protegiéndola.

—Vamos a echar un vistazo por la calle Mayor y el Ayuntamiento —dijo. En aquel momento se oyeron unos disparos. Procedían de un balcón entreabierto, hacia cuyo portal galoparon dos guardias civiles con los sables desenvainados.

—Es otra provocación —dijo Juan arrastrando con él a Lolita hacia un solar en el que se refugiaba la gente.

—Pues ten la seguridad de que estas escenas se repiten ahora en toda España. Es el prólogo de la guerra.

Una mujer entrada en carnes gritaba junto a ellos insultos contra Azaña y Prieto, a quien trataba de cerdo. Por la forma de vestir parecía pertenecer a la burguesía media acomodada. Por un instante las miradas de ella y de Lolita se cruzaron. La mujer dijo:

—¿Ha visto usted en manos de quién estamos los buenos españoles? Tienen matones escondidos en los pisos, en las azoteas. Quieren que nos quedemos en casa, acobardados. Pues no lo van a conseguir, aunque nos maten a todos. ¡España entera se lanzará a la calle contra el Gobierno criminal, el que mata a sus mejores hombres! Lolita le volvió la cara.

—Vámonos —dijo a Juan—. Esto es una vergüenza.

Dieron un gran rodeo hasta salir a la calle Carretas. Los distintos grupos de manifestantes habían confluido en la Puerta del Sol, frente al edificio de la Dirección General de Seguridad, Era gente crispada, incapaz de controlar sus reacciones violentas. Seguían dando vivas al Ejército y a la Patria unida. De vez en cuando se oía un grito: «¡Viva el Rey!» A veces llegaban noticias de algunos enfrentamientos armados en distintos puntos de la capital.

—Tengo los pies reventados —se quejó Lolita. —Vámonos. Ya está bien de hacer el ganso aquí.

Desanduvieron el camino andado en busca de un puesto de refrescos, donde poder descansar, de los que había entre la plaza de Neptuno y el Paseo del Prado. Lo encontraron todo cerrado. Juan había pasado el brazo sobre la cintura de Lolita y su mano descansaba sobre su cadera. A cada paso que daban sentía su balanceo. Caminaron en silencio bajo la arboleda en dirección a Atocha.

—Todavía no sé dónde vives.

—En el Paseo de las Delicias. Cerca de la estación.

Dejó que pasaran unos segundos.

—¿Con quién?

—Con Quintín.

Juan contuvo la respiración.

—Es un jilguero. Me lo encontré en un tiesto de geranios que tengo en el balcón.

Vieron una pequeña glorieta entre sombras, y Juan se dirigió hacia ella. Se sentaron en un banco de madera. No lejos de allí había una boca de riego mal cerrada por la que escapaba el agua a pequeños borbotones. Olía a tierra húmeda y se agradecía el fresco de la noche. Quedaron un instante silenciosos, a vueltas cada cual con sus pensamientos. Lolita se quitó un zapato y movió los dedos del pie, carnosos e inflamados como si fueran guindas a medio madurar. Luego dejó descansar la cabeza sobre el respaldo del banco y cerró los ojos. Si no de abandono, su actitud era de espera.

Juan miró sus labios entreabiertos, el movimiento de los senos, acompasado al ritmo de una respiración anhelante. La besó sin tocarla y ella separó los labios. Tenía los brazos inertes sobre el banco y las manos abiertas con las palmas hacia arriba.

En vista de su pasividad, él repitió la caricia, esta vez tomando la cabeza de ella con las manos. Fue un beso largo que permitió el reencuentro físico de ambos. ¿Había pasado el tiempo? ¿Soñaban o seguían estando en el pretil del tío, en Valencia?

Después de la larga tensión, ahora los músculos de Lolita se relajaban. Todo en su cuerpo parecía aflojarse, como si la abandonaran las fuerzas y se limitara a flotar. Ahora la mano de Juan acariciaba su vientre Uso, los senos, que se alborotan. La agobiaba la boca de Juan sobre la suya, su lengua viva, exploradora. ¿Era cierto que le recuperaba? Sabía lo que él necesitaba y se levantó un instante. El tiempo justo para que Juan recogiera la falda de ella por detrás. Ahora besaba su cuello. Lolita entreabrió los ojos. Brillaban estrellas gordales. No habría sabido decir exactamente si entre los cabellos de Juan o en sus propios ojos, muy adentro. ¿Era su resurrección? Los muslos habían dejado de pertenecerle. Ahora se desbocaban fosforescentes entre las piernas de Juan. Lolita se estremeció:

—No, Juan. Todavía no.

—Olvidémonos de todo.

—Por favor. Iremos a mi casa. Está muy cerca.

—Es lo mismo. Ésta es nuestra única verdad. Entreguémonos a ella mientras los demás se matan. Los locos. ¡Que están locos!

Juan se levantó. Agitó los brazos fuera de sí y gritó como si se encarara con toda la ciudad, con toda España:

—¡Locos! ¡Eso es lo que sois todos! ¡Unos locos!

Se abrazó a ella sollozando, y Lolita le tomó de la mano como se coge a un niño abatido.

—Vamos, sígueme.

Avanzaron un corto trecho bajo los árboles. Al llegar a la boca de riego él se refrescó la cara. Lolita lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. En aquel momento se prometió consagrar toda su vida a aquel hombre.

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