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José Acosta, el hijo mayor de Carlos, era capitán de Infantería con destino en Barcelona, en el cuartel del Bruch. Terminaba de cumplir los treinta y siete años y estaba casado con Sofía Montero, hija de un teniente coronel de Aviación muerto en el inicio de los años sesenta. El matrimonio tenía un hijo y una hija, de nueve y siete años respectivamente.
Hada unos seis años que José había sido destinado en Barcelona, donde llegó procedente de Zaragoza. Un cuñado suyo, Luis Alfonso, hermano de la mujer y abogado de cierto prestigio en la Ciudad Condal, le había relacionado con los mejores medios sociales, profesionales de relevancia y miembros de la alta burguesía catalana, entre los que figuraban algunos financieros.
José Acosta había heredado el carácter alegre y extrovertido de su padre y su facilidad de crear negocios de la nada. Ello, unido a la ambición de dinero que tenía, le valió el apoyo de un importante financiero catalán, Albert Torradlas. Albert fue d primero que le sugirió la idea de colgar el uniforme y dedicarse a los negocios. José Acosta, que había ingresado en la Academia General de Zaragoza más por complacer a su padre que por vocación, lo pensó un tiempo. No se decidió hasta que supo la inminencia de su ascenso a comandante. Una noche habló de ello con Sofía, la mujer. El ascenso, le dijo, suponía el traslado a otra guarnición, con lo cual el matrimonio iba a verse privado de los sustanciosos ingresos que percibía de su colaboración con Torradlas.
El dinero abundante había permitido a Sofía abandonar los nada cómodos pabellones militares e instalarse en un confortable piso de Vía Augusta, no lejos de Diagonal. También le habían ayudado a mejorar de amistades. Ahora Sofía no tenía por qué relacionarse con las esposas de los oficiales, en general provincianas de la clase media sin más conversación que los trapos, la última película de Robert Redford y el ascenso. Sofía, que se había licenciado en Filosofía y Letras en Zaragoza, su dudad natal, tenía cierta clase y una cultura muy superior a la de las mujeres de los compañeros de su marido. Ello era causa de que se aburriera soberanamente con ellas. Pensó, pues, en d panorama que se le presentaba en la nueva guarnición, y decidió de acuerdo con su marido hablar seriamente con Torradlas. El resultado fue la promesa formal que les hizo el financiero de asociar a José a un par de empresas de su propiedad, hasta que hubiera hecho la renuncia al Ejército. Cuando la hubiera obtenido, prometió financiar al nuevo socio en una empresa de su creación de obras de servidos.
Satisfecho del resultado de la gestión, José pagó una espléndida cena en «El Sol» de Paseo de Gracia para celebrarlo. Asistieron a ella únicamente las personas que conocían su decisión. Sofía y él, su cuñado Luis Alfonso y la mujer y dos compañeros más, entre los que figuraba d capitán Román.