163. FLAUBERT A SAND
[París, 18 de febrero de 1876]
Viernes por la tarde
¡Gracias de todo corazón, querida maestra! Me ha hecho usted pasar un día exquisito. Me he leído hoy su último volumen de La Tour de Percemont. Marianne. Como tenía muchas cosas por terminar, entre otras mi cuento de San Julián, había dejado ese libro en un cajón, para no sucumbir a la tentación. Terminé anoche mi historia, y esta mañana me he lanzado sobre la obra, y la he devorado.
¡Me parece una joya perfecta! Marianne me ha emocionado profundamente, y he llorado dos o tres veces. Me he reconocido en el personaje de Pierre.[127] Ciertas páginas me parecían fragmentos de mis memorias. ¡Si yo tuviera el talento para escribir así! ¡Qué encantador, poético y verdadero es todo! La Tour de Percemont me había gustado mucho. Pero Marianne me ha dejado literalmente fascinado. Los Ingleses son de mi misma opinión, porque en el último número de L’Athenaeum le han hecho una muy buena reseña. Así pues, debo decirle que en esta ocasión la admiro plenamente, sin la menor reserva. Y estoy muy contento de ello.
Usted ha sido siempre buena conmigo, y yo la quiero con ternura.
Pero todo parece conjurarse contra su viejo Botija para fastidiarlo y atormentarlo. Tengo desde hace diez años un criado del que estaba muy contento, y con quien siempre he tenido (puedo decirlo sin jactancia) muchas consideraciones. Esta mañana, me ha anunciado que no quería servirme más porque no he sido «amable con él». ¡La verdadera razón es que tengo menos dinero! Y aunque le he aumentado el sueldo cada año, como sabe que me he empobrecido, me desprecia. ¡Esta gente es tan burguesa como los otros! ¡Fíese usted del Pueblo! El odio sordo que nos profesan, haga lo que haga uno por ellos, me da vértigo. Le pido perdón a usted por entretenerla con estos “asuntos domésticos”. Pero tengo el corazón un poco herido, ¡y me lamento! Ya está.
Ahora que he acabado mi cuento, voy a empezar otro. Los dos juntos podrían formar un pequeño volumen que publicaré este otoño. En cuanto a publicarlos antes en algún periódico, ¡no! Es más fuerte que yo. No puedo decidirme a entrar en uno de esos antros, todos me disgustan por su ignominia.
Y además, cuanto menos dinero tengo, menos ganas tengo de ganarlo. Desde el momento en que una cosa parece favorable a mis intereses pecuniarios, me asquea como si se tratara de una bajeza. ¿Es eso orgullo? Así lo creo, ¿y usted?
Turguéniev me sermonea para que retome lo antes posible mi gran libro sobre mis dos Personajillos. Le gusta mucho ese proyecto. Pero las dificultades de una obra como ésa me asustan. Y sin embargo, no querría morir antes de haberla hecho. Porque, en definitiva, es mi testamento. Dentro de cuatro o cinco meses, volveré a él, quizá. ¡Tengo tan pocas fuerzas en este momento!
[…]
Hasta pronto, querida maestra. Dé un beso por mí a sus pequeñas.
Su viejo, que la quiere.