151. FLAUBERT A SAND
[París, 27 de marzo de 1875]
Sábado por la tarde
Querida maestra,
¡Maldigo una vez más la manía dramática y el placer que sienten ciertas personas al anunciar noticias graves! Me dijeron que usted estaba muy enferma. Su última carta me ha tranquilizado. Y esta mañana he recibido la de Maurice. Loado sea Dios.
¿Qué decirle de mí? No estoy mal, tengo… no sé qué. El bromuro de potasio me ha calmado, y me ha proporcionado un eczema en medio de la frente. Suceden en mi persona cosas anormales. Mi hundimiento físico debe de tener alguna causa oculta. Me siento viejo, agotado, desanimado. Y los demás me aburren tanto como yo mismo.
Sin embargo, trabajo, pero sin entusiasmo, como quien hace los deberes. Quizá lo que me enferma sea el trabajo, porque he emprendido un libro insensato.
Usted me aconsejaba, en una de sus últimas cartas, que frecuentara al viejo Hugo. ¡Pues bien, me desilusionó la última vez que lo vi! Dijo una cantidad inimaginable de tonterías sobre Goethe, ¡creía por ejemplo que había escrito El campo de Wallenstein,[124] y atribuyó Las afinidades electivas a Ancillon! ¡No había oído hablar jamás de Prometeo y el Fausto le parece una obra débil! ¡Esa visita me puso literalmente enfermo!
Si los Fuertes están así, ¿cómo estarán todos los demás? ¿Dónde encontrar motivos para la exaltación?
He ahí por qué me pierdo en mis recuerdos de infancia como un vejestorio. No espero de la vida nada más que un montón de hojas de papel que emborronar de negro. Me parece que atravieso un desierto sin fin, para llegar no sé adónde, ¡y que yo soy a la vez el desierto, el viajero y el camello!
Hoy he pasado la tarde en el entierro de Amédée Achard. Funerales protestantes, tan estúpidos como si hubieran sido católicos. ¡Todo París! ¡Y los reporteros, en masa!
Su amigo Paul Meurice vino hace ocho días a proponerme «hacer el Salón» para Le Rappel. He declinado el honor, porque no me parece bien que alguien haga la crítica de un arte del cual ignora la técnica. ¡Y, por lo demás, para qué la crítica!
Soy razonable, salgo todos los días, hago ejercicio. Y vuelvo a casa cansado y más embrutecido. Ya ve lo que gano. En fin, su trovador (poco trovadoresco) se ha vuelto un triste vejete. Si le escribo tan poco ahora es para no aburrirla con mis lamentos. Porque nadie es más consciente que yo de mi insoportabilidad.
[…]
Un abrazo para todos, y sobre todo para usted, muy grande, fuerte y dulce.
Su
Botija
cada vez más resquebrajado.
El resquebrajado es la palabra justa. Porque siento cómo escapa el contenido.