54. FLAUBERT A SAND

[Croisset, 5 de julio de 1869]

Lunes

¡Qué bella y encantadora carta la suya![84] ¡Maestro adorado! ¡No hay otro mejor que usted, palabra de honor, estoy seguro! Un viento de imbecilidad y de locura sopla hoy sobre el mundo. Los que se mantienen en pie y firmes son raros.

Mi pobre madre sigue desesperándome. Cuando no se preocupa por su nieta y acaba de atormentarse con su salud, gime por los fastidios que le causan sus labores. Y vuelta a empezar. Las señoras Vasse se la llevan mañana a su casa de Verneuil. Espero que el cambio de aires le siente bien. Me quedaré solo con los Padres de la Iglesia, a los cuales añado un montón de cosas. Su trovador picotea ferozmente. El gozo de no tener que pintar ni hacer hablar a más burgueses me alegra, a pesar de todo.

Mi pobre Bouilhet está ahora en Vichy. Después irá a Mont-Dore. Su última carta me dio buena impresión. Espero que se cure. Pero la última vez que lo vi (hace diez días), me dejó afligido. En cuanto a lo que tiene, en el fondo, no se sabe. Se siente muy oprimido, y vive en un terror casi continuo.

Creo absolutamente, como usted, que uno se puede curar cuando lo quiere. Pero la voluntad no le es dada a todo el mundo. Hay en el dolor una cierta voluptuosidad que hace que uno se abandone.

Mis estudios religiosos me han inspirado tal desprecio hacia la teología y los cristianos, que leo las obras filosóficas de Cicerón con deleite. ¡Qué diferencia entre aquella sociedad y la que la sucedió! Acabo de releer el Jesús de Renan. Más que un buen libro, es un libro hermoso. ¡Qué espíritu más singular! El elemento femenino y el elemento episcopal lo dominan en exceso. Su Saint Paul está dedicado a su mujer como su Jesús está dedicado a su hermana. Creo que una inteligencia arrebatada ante todo por lo Verdadero y lo Justo no habría izado dos faldas en el frontispicio de su obra.

Si ha navegado entre dos aguas por propia elección, no ha hecho más que seguir su naturaleza, que está hecha toda ella de matices, de nubes, de indefinición. Por eso su intento de mezclarse en los asuntos de este mundo me ha parecido tan grotesco. La acción, que es una degradación para los hombres de su especie, exige una claridad de la que él no es capaz.

He aquí lo que quise decir cuando escribí que el tiempo de la Política ha pasado. En el siglo XVIII, el asunto capital era la Diplomacia. “El secreto de los gabinetes” existía realmente. Los pueblos se dejaban todavía conducir para que se les separara o se les confundiera. Creo que ese orden de cosas dijo su última palabra en 1815. Desde entonces, no se ha hecho otra cosa que discutir sobre la Forma exterior que conviene dar al ente fantástico y odioso llamado Estado. La experiencia prueba (me parece) que ninguna forma contiene el bien en sí. Orleanismo, republicanismo, imperio, ya no quieren decir nada, porque las ideas más contradictorias pueden entrar en cada una de esas casillas. ¡Todas las banderas se han manchado hasta tal punto de sangre y de mierda que ya es hora de no tener ninguna! ¡Abajo las palabras! ¡Nada de símbolos, ni de fetiches! La gran moraleja de esta época será la demostración de que el sufragio universal es tan estúpido como el derecho divino, aunque un poco menos odioso.

La cuestión, así pues, está desplazada. No se trata ya de soñar en la mejor forma de gobierno, porque todas son equivalentes, sino de hacer prevalecer la Ciencia. He ahí lo más urgente. El resto seguirá fatalmente. ¡Los hombres puramente intelectuales han hecho más servicio a la humanidad que todos los san Vicente de Paul del mundo! Y la Política será una eterna nadería mientras no sea una parte de la ciencia. El gobierno de un país debería ser una sección de los Institutos de Investigación, y la última de todas.

Antes de ocuparse de las cajas de seguros, e incluso de la agricultura, que envíen a todos los pueblos de Francia unos cuantos Houdinis a hacer milagros.

El crimen más grande de Isidore es la mugre que ha dejado sobre nuestra bella patria. Dixi.

¡Admiro las ocupaciones de Maurice, y su vida tan sana! Pero yo no sería capaz de imitarlo. La naturaleza, lejos de fortificarme, me agota. Cuando me tumbo en la hierba, me parece que estoy ya bajo tierra, y que las lechugas empiezan a crecer en mi vientre. Su trovador es un hombre naturalmente malsano. No amo el campo más que cuando voy de viaje, porque entonces la independencia de mi individualidad pasa por encima de la conciencia de mi nada.

Mis respetos a su corderito, el señor Gustave.[85] ¿De quién fue la idea? Me ha hecho reír mucho.

Quiérame siempre.

Todo mi cariño.

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