130. SAND A FLAUBERT
[Nohant, 29 de noviembre de 1872]
Me malcrías. No me atrevía a enviarte esas novelas, que estaban en mi mesa, con tu nombre, desde hace ocho días. Temía estorbar tu trabajo e irritarte. Lo has dejado todo para leer a Maurice y a mí. Tendríamos remordimientos, si no fuéramos tan egoístas, contentos de tener un lector que vale por diez mil. Nos hace mucho bien, porque Maurice y yo trabajamos en el desierto, sin saber nunca, más que el uno por el otro, si hemos triunfado o fracasado, intercambiándonos críticas, y sin tener referencias de los jueces reconocidos. Michel no nos dice nunca, sino después de un año o dos, si se han vendido. En cuanto a Buloz, cuando tratamos con él, nos dice invariablemente que los resultados han sido malos o mediocres. Sólo Charles-Edmond[110] nos anima y nos pide textos. Escribimos sin preocuparnos por el público; eso quizá no es malo en sí, pero entre nosotros a veces es excesivo. Tus comentarios nos dan ánimo, que no nos falta nunca, pero que a menudo es un ánimo triste, mientras que el tuyo es brillante y alegre, sano de respirar.
Hice bien en no tirar Nanon al fuego, como estuve a punto de hacer cuando Charles-Edmond me dijo que le gustaba y que lo quería para su periódico.
Te agradezco, pues, tus lisonjas, especialmente por Francia, que Buloz no publicó más que a regañadientes y a falta de algo mejor. Ya ves que no me miman precisamente. Pero no me enfado y no hablo nunca de ello. Es así de simple. Desde el momento en que la literatura es una mercancía, el vendedor que la explota no aprecia más que al cliente que compra, y si el cliente desprecia el producto, el vendedor le dice al autor que su mercancía no gustó. La república de las letras no es más que una feria donde cada uno vende sus libros. No hacer concesiones al editor es nuestra única baza, conservémosla y vivamos en paz, incluso cuando pone mala cara, y reconozcamos también que él no es el culpable. Tendría más criterio si el público lo tuviera.
En fin, ya he desembuchado, ocupémonos de San Antonio, aun sabiendo que los editores serán estúpidos. Lévy no lo es, sin embargo, pero tú estás enfadado con él. Me gustaría hablar de todo esto contigo. ¿Quieres venir? ¿O esperar a mi próximo viaje a París? Pero ¿cuándo voy a ir? No lo sé. Temo las bronquitis de invierno, y no me desplazo sino es una necesidad absoluta, por razones de Estado.
No creo que se estrene Mademoiselle La Quintinie. Los censores han declarado que es una obra de la más alta y de la más sana moralidad, pero que ellos no podían decidir por sí mismos autorizar la representación. Hay que ir más arriba, es decir al ministro, que la reenviará al general Ladmirault. Es para morirse de risa. Pero yo prescindo de todo eso, y prefiero dejarlo hasta que haya un nuevo orden. Si el nuevo orden es la monarquía clerical, qué le vamos a hacer. Por mi parte, ya me da igual que pongan trabas, pero ¿cuál será el porvenir para las siguientes generaciones?
[sin firma]