79. SAND A FLAUBERT
[Nohant, 20 de mayo 1870]
Hace un buen tiempo que estoy sin noticias de mi viejo trovador. Debes de estar en Croisset. Si hace tanto calor como aquí, debes de sufrir. Tenemos 34 grados a la sombra, 24 por la noche. Maurice ha tenido una fuerte recaída de dolor de garganta, sin peligro esta vez. Pero la inflamación era tan fuerte que durante tres días apenas podía tragar más que un poco de agua y de vino. Ni el caldo aceptaba. Finalmente este calor insensato lo ha curado; parece que nos sienta bien a todos, porque Lina se ha marchado esta mañana, valiente, a París. Los niños están alegres y lo embellecen todo. Yo no escribo nada, tengo bastante que hacer con seguir cuidando y atendiendo a mi hijo y, como la madre está ausente, las niñas me absorben. Trabajo, de todas maneras, en proyectos y ensoñaciones. Tal vez serán algo cuando pueda emborronar un papel.
Me mantengo sobre mis pies, como dice el doctor Favre. Todavía no la vejez, o más bien la vejez normal, la calma… de la virtud, esa cosa de la que la gente se burla, y que yo misma digo en tono burlón, pero que corresponde, detrás de una palabra enfática e idiota, a un estado de inofensividad forzada, sin mérito por ello, pero agradable y digna de saborear. Se trata de hacerla útil al arte cuando uno cree en él, a la familia y a la amistad cuando uno se dedica a ellas. No me atrevo a decir cuán ingenua y primitiva soy en este aspecto. Está de moda burlarse de ello, pero me da igual, yo no quiero cambiar.
Hasta aquí mi examen de conciencia de primavera, para no estar todo el verano pensando más que en aquello que no sea yo. Veamos, tú. Tu salud, para empezar. ¿Y esa tristeza, ese disgusto que París te dejó, están olvidados? ¿No hay más circunstancias exteriores dolorosas? ¡Has sido duramente golpeado! ¡Dos amigos íntimos perdidos uno tras otro! Hay épocas de la vida en que la suerte nos trata con ferocidad. Tú eres demasiado joven para concentrarte en la idea de una recuperación de los afectos en un mundo mejor, o en este mundo mejorado. Es necesario, a tu edad (y a la mía, yo aún lo intento), atarse aún más a lo que nos queda. Tú me lo escribías cuando yo perdí a Rollinat, mi doble en esta vida, el amigo verdadero, con quien el sentimiento de la diferencia de sexos no había jamás empañado el puro afecto, incluso cuando éramos jóvenes. Era mi Bouilhet y aún más, porque, a la intimidad de corazón, se unía un respeto religioso por un verdadero tipo de coraje moral que había superado todas las pruebas con una dulzura sublime. Yo le debía todo lo que de bueno tengo. Intento conservarlo por amor a él. ¿No es ésa una herencia que nuestros muertos amados nos dejan? La desesperación que nos haría abandonarnos sería una traición hacia ellos y una ingratitud. Dime que estás tranquilo, que no trabajas demasiado y que trabajas bien. Estoy un poco inquieta al no recibir ninguna carta tuya desde hace tanto. No te la quería pedir antes de poderte decir que Maurice está completamente curado. Él te abraza y las niñas no te olvidan. Yo te quiero.
He escrito por mi cuenta y riesgo a Lévy. Espero una respuesta, que te haré llegar.