153. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 10 de mayo de 1875]
La gota que va y viene, dolores que me recorren todo el cuerpo, una invencible melancolía, el sentimiento de “la inutilidad universal” y grandes dudas sobre el libro que hago, esto es lo que tengo, querida y valerosa maestra. Añada a esto las inquietudes económicas, y las ganas permanentes de reventar, con los retornos melancólicos al pasado, he aquí mi estado. Y le aseguro que hago grandes esfuerzos por salir de él. Pero mi voluntad está agotada. No puedo decidirme a hacer nada efectivo. ¡Ah, lo pasé bien en mi juventud, y ahora la vejez se me anuncia negra! Desde que me someto a hidroterapia, no obstante, me siento un poco menos espeso y esta tarde voy a volver al trabajo, sin mirar hacia atrás.
He dejado mi piso de la calle Murillo y me he cambiado a otro más espacioso, contiguo al que mi sobrina acaba de alquilar en el bulevar de la Reine-Hortense. Estaré menos solo el próximo invierno. Porque ya no puedo soportar la soledad, lo cual es signo de que tengo la cabeza vacía.
No voy a salir de aquí en bastante tiempo, porque quiero avanzar en mi libro, que me pesa sobre el pecho como 500 000 kilos. Mi sobrina vendrá a pasar aquí todo el mes de junio. Cuando se haya ido, haré una excursión arqueológica y geológica a Calvados, y eso será todo.
¡No!, no me alegro de la muerte de Michel Lévy, e incluso le envidio esa muerte tan dulce. No se lo merecía. Da igual, me hizo mucho daño. Me hirió profundamente. Mi ruptura con él vuelve a menudo a mi memoria. Y me hace sufrir. Es verdad que estoy dotado de una sensibilidad absurda. Cosas que a otros los rasguñan, a mí me desgarran. ¡Que no esté capacitado para la alegría como lo estoy para el dolor!
Las palabras que me envía usted sobre Aurore leyendo a Homero me han sentado bien. Eso es lo que me falta: ¡una niñita como ella! Pero uno no decide su destino. Uno lo sufre. Yo he vivido siempre al día, sin proyectos de futuro, y persiguiendo mi meta (una sola, la literatura) sin mirar a derecha ni a izquierda. Todo lo que había a mi alrededor ha desparecido, y ahora me encuentro en el desierto. En resumen, el elemento distracción me falta absolutamente.
¡Para escribir bien, hace falta una cierta vitalidad! ¿Qué hacer para recuperarla? ¿Qué pasos hay que seguir para no pensar incesantemente en el propio yo miserable? Lo más enfermo en mí es el “Humor”. El resto, sin eso, iría bien. Ya ve usted, querida maestra, que tengo razón al ahorrarle mis cartas. Nada tan necio como un llorica.
Para usted, un abrazo más tierno que nunca, y otro para sus pequeñas.
Botija.