18. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 12-13 de enero de 1867]
Noche del sábado
Yo sigo manoseando mi novela. Me iré a París cuando esté al final de mi capítulo, hacia mediados del mes que viene. Continúa su lenta marcha. Esculpo laboriosamente a mi tipejo, como un forzado. Y yo mismo lo soy (un tipejo, si no un forzado), y uno bastante triste.
Al contrario de lo que usted supone, “ninguna bella dama” viene a visitarme. Las bellas damas han ocupado mucho mi espíritu, pero me han quitado muy poco tiempo. Tratarme de anacoreta es quizá una comparación más justa de lo que usted misma cree. Paso semanas enteras sin intercambiar una palabra con un ser humano. Y al final de la semana, me resulta imposible recordar un solo día, ni un hecho cualquiera. Veo a mi madre y a mi sobrina los domingos y eso es todo. Mi única compañía consiste en una banda de ratas que hacen en el granero, por encima de mi cabeza, un alboroto infernal, cuando el agua no brama y el viento no sopla. Las noches son negras como la tinta, y me rodea un silencio semejante al del Desierto. La sensibilidad se exalta desmesuradamente en un lugar así. Tengo palpitaciones por nada, cosa comprensible, por otra parte, en un viejo histérico como yo. Porque sostengo que hay hombres histéricos, igual que las mujeres, y yo soy uno de ellos. Cuando escribí Salambó leí a “los mejores autores” sobre esa materia y reconocí todos mis síntomas: siento la bola en el cuello y los pinchazos en el occipucio. Todo eso resulta de nuestras alegres ocupaciones. Eso es lo que sacamos de atormentar el alma y el cuerpo. Pero ¿y si ese tormento es lo único que merece la pena en este mundo?
Creo que ya le dije que había releído Consuelo y La Comtesse de Rudolstadt.[43] Me ha ocupado cuatro días. Charlaremos sobre ellas largamente cuando usted quiera. ¿Por qué me he “enamorado” de Liverani? Será que tengo los dos sexos, quizá. […]
Haga usted una reverencia a su bella hija, dé un apretón de mano a su hijo, dé cuatro besos en las mejillas a la señorita Aurore. En cuanto a usted, cuídese, por el amor de
su viejo