35. FLAUBERT A SAND
[Croisset, domingo 5 de julio de 1868]
¡Y, bueno, yo también, “la misma cantinela”, querida maestra, yo la quiero, de verdad y mucho! Además, caigo en la fatuidad de creer que usted no lo duda. Habrá que volver aquí en otoño y pasar una buena temporada juntos. Es, por otra parte, una promesa. Su amigo de usted va a tomar un poco el aire. Pasado mañana, voy a casa de mis dos sobrinas para pasar un fin de semana. Después, de allí a Fontainebleau (para mi libro) y a París. No volveré hasta los primeros días de agosto. A partir del día 12 escríbame, pues, al Boulevard du Temple, 42.
He trabajado violentamente durante seis semanas. ¡Los patriotas no me perdonarán este libro, y los reaccionarios tampoco! Peor para ellos, yo escribo las cosas como las siento, es decir, como creo que son. ¿Es eso ser estúpido? ¡Pero a mí me parece que toda nuestra desgracia viene exclusivamente de los nuestros! Todo lo que encuentro de cristianismo en los revolucionarios me horroriza. He aquí dos notas que tengo sobre la mesa. «Este sistema (el suyo) no es un sistema de desorden. Porque tiene su fuente en el Evangelio. Y de esta fuente divina no puede derivarse el odio, la guerra, el choque de todos los intereses. Porque la doctrina formulada en el Evangelio es una doctrina de paz, de unión y de amor» (L. Blanc).
«Me atrevería incluso a proponer que con el respeto del domingo se ha apagado en el alma de nuestros poetas la última chispa del fuego poético. Pues, ciertamente, ¡sin religión, no hay poesía!» (Proudhon). A propósito de esto último, le suplico, querida maestra, que lea después de su libro sobre la celebración del domingo una historia de amor titulada, creo, Marie et Maxime. Hay que conocerla para hacerse una idea del Estilo de los Pensadores. Hay que ponerla al lado del viaje a la Bretaña del gran Veuillot, en Ça et là. Eso no impide que tengamos amigos muy admiradores de estos dos señores. En cambio, se burlan de Voltaire.
Cuando sea viejo, me dedicaré a la crítica, eso me aliviará. Porque a menudo me asfixian las opiniones manidas. Nadie mejor que yo puede entender la indignación del valiente Boileau contra el mal gusto. «Las estupideces que oigo decir en la Academia apresuran mi fin»; ¡eso es un hombre!
Ahora, cada vez que oigo la cadena de los barcos a vapor pienso en usted, y ese ruido me irrita menos, cuando me digo que a usted le gusta. ¡Qué claro de luna había esta noche sobre el río!
Estoy completamente solo desde hace ocho horas. Mi madre está en casa de Caroline. Se encuentra mejor, física y moralmente.
Recuerdos a los suyos. Y a usted mil abrazos.