84. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 2 de julio de 1870]
Sábado por la tarde
Querida buena maestra,
¡La muerte de Barbès me ha afligido mucho, por usted! Uno y otro tenemos nuestros duelos. ¡Qué desfile de muertes desde hace un año! Estoy atontado, como si me hubieran dado golpes de bastón en la cabeza. Lo que me aflige (porque todo lo remitimos a nosotros mismos) es la espantosa soledad en que vivo. ¡No tengo nadie, lo digo bien, nadie, con quien charlar!
«¿Quién se ocupa hoy en día de facundia y de estilo?».
¡Aparte de usted y de Turguéniev, no conozco a un mortal con quien explayarme sobre las cosas que me llegan al corazón, y usted vive muy lejos de mí!
Sigo trabajando, sin embargo; he resuelto meterme de lleno en mi San Antonio, mañana o pasado. Pero para comenzar una obra de largo aliento, hay que tener una cierta alegría que me falta. Espero a pesar de todo que ese trabajo extravagante me divierta. ¡Oh, cómo querría no pensar más en mi pobre yo, en mi miserable pellejo! Ése está perfecto. Duermo formidablemente. “La carrocería es buena”, como dicen los burgueses.
Los asuntos de Bouilhet me reclamarán en París en agosto. Después iré a pasar cinco o seis días a Dieppe, en casa de mi sobrina. Todo eso me fastidia y me trastorna mucho. Los viajes cortos me resultan odiosos. Porque me cuesta tanto meterme en el trabajo como interrumpirlo. Y después será forzoso que pase en París todo el mes de octubre, por los ensayos de Aïssé. Después de lo cual volveré aquí, donde me quedaré todo el invierno. Al menos, ésas son mis previsiones.
[…]
El pobre Edmond de Goncourt está en Champagne con unos parientes suyos. Me ha prometido venir hacia finales de mes. ¡No creo que la esperanza de volver a ver a su hermano en un mundo mejor lo consuele de haberlo perdido!
Se parlotea mucho sobre esta cuestión de la inmortalidad. Porque la cuestión es saber si el yo persiste. La respuesta afirmativa me parece una presunción de nuestro orgullo. Una protesta de nuestra debilidad contra el orden eterno. ¿No tendrá tal vez la muerte más secretos que revelarnos que la vida?
¡Qué año maldito! Me parece que ando perdido por el desierto. ¡Y le aseguro, querida maestra, que soy valiente, a pesar de todo! Y que hago esfuerzos prodigiosos por ser estoico. Pero el pobre cerebro se resiente, por momentos. ¡No necesito más que una cosa (y sé que no se me va a dar), y es tener un entusiasmo cualquiera!
[…]
La abrazo como la amo, esto es, muy fuerte.