1. SAND A FLAUBERT
[Nohant, 21 de septiembre 1866]
Regreso de doce días de viaje con mis hijos, y al llegar a casa, encuentro sus dos cartas, lo cual, añadido al placer de reencontrar a la pequeña Aurore[1] fresca y hermosa, me hace del todo feliz.
Y usted, mi benedictino, ¿sigue solitario, en su encantadora cartuja, trabajando y sin salir nunca? ¡Eso ocurre por haber salido demasiado! ¡Eso le ocurre al señor de las Sirtes, los desiertos, el lago Asfaltites,[2] los peligros y las fatigas![3] Y, por otro lado, crea las Bovary donde todos los pequeños rincones de la vida son estudiados y pintados con mano maestra. ¡Qué cuerpo tiene que quedarle a uno también tras el combate de la Esfinge y la Quimera![4] Usted es un ser tan aparte, tan misterioso… y con todo dulce como un cordero. He tenido muchas ganas de preguntarle, pero un excesivo respeto hacia usted me lo ha impedido, porque yo no sé jugar sino con mis propios desastres, y lo que un espíritu grande ha debido pasar para producir, me parece algo tan sagrado que no se puede tocar grosera o ligeramente. Sainte-Beuve, quien sin embargo le quiere, sostiene que usted es horriblemente vicioso. Pero quizá él mire con ojos un tanto viciados, como ese sabio botánico que pretende que la zamarrilla tiene un amarillo sucio. La observación era tan falsa que no he podido resistirme a escribir en el margen de su libro: Es usted quien tiene los ojos sucios. Presumo que el hombre de inteligencia puede tener curiosidades grandes. Yo no las he tenido —falta de coraje— y he preferido dejar mi espíritu incompleto. Pero cada uno es libre de embarcarse en un gran navío a toda vela o en una barca de pescador. El artista es un explorador a quien nada debe detener y que no hace ni bien ni mal marchando a derecha o a izquierda: su meta lo santifica todo. Está en su poder intuir, con un poco de experiencia, cuales son las condiciones de salud de su alma. Por mi parte, creo que la de usted está en estado de gracia, ya que se complace en trabajar y en seguir solo a pesar de la lluvia. ¿Sabe usted que, en medio del diluvio que cae por todas partes, hemos tenido, excepto algunos aguaceros, un hermoso sol en Bretaña? Un vendaval sobre las playas del océano, bello sin embargo, la gran marejada, y como la botánica de los arenales me entusiasma, y Maurice y su mujer tienen la pasión de los moluscos, lo hemos soportado todo alegremente. Por lo demás, no hay más ilustre engañabobos que la Bretaña. Nos hemos indigestado de dólmenes y menhires, y nos hemos dejado caer por las fiestas donde hemos visto todos los trajes que se dicen extinguidos y que los viejos siguen llevando aún hoy. Y bueno, esos hombres del pasado son realmente feos, con sus pantalones de lona, sus cabellos largos, sus chaquetas con bolsillos en las mangas, su aire embrutecido, medio ebrio, medio devoto. Y las ruinas célticas, sin duda interesantes para el arqueólogo, no tienen nada para el artista, todo está mal colocado, mal compuesto, Carnac y Erdeven no tienen ninguna fisionomía. En resumen, no dejaría mis huesos en Bretaña, mil veces preferiría su Normandía señorial, o, esos días en que a una le arrebata la musa dramática, los verdaderos países del horror y la desesperación. No hay nada, allí donde reina el clero y donde el vandalismo católico ha pasado, derribando los monumentos del viejo mundo y sembrando los piojos del porvenir.
En cuanto a su féerie,[5] usted habla de nosotros. No sé con quién la ha escrito, pero me digo una y otra vez que debería llevarla al Odéon. Si la conociese, no me importaría hacer por usted lo que uno no sabe nunca hacer para sí mismo, dar la paliza a los directores. Algo suyo debe de ser demasiado original para ser comprendido por el gordo Dumaine.[6] Prepare entonces una copia y, el próximo mes, iré, desde París, a pasar un día con usted, para que me la lea. ¡Está tan cerca de Palaiseau, su Croisset! Y yo estoy en una fase de actividad tranquila en que me apetecería ver fluir su gran río y ensoñarme en su jardín, tranquilo todo él, allí en lo alto del acantilado.
Pero yo parloteo y usted se está poniendo a trabajar. Debe perdonar esta intemperancia anormal a alguien que viene de ver piedras, y que ni tan sólo ha olido una pluma desde hace doce días. Usted es mi primera visita a un vivo, a la salida de una sepultura completa de mi pobre yo. ¡Viva usted! He ahí mi oremus y mi bendición. Un abrazo de todo corazón.