29. FLAUBERT A SAND
[Croisset 12 de junio de 1867]
Miércoles por la noche
Pasé 36 horas en París a principios de esta semana, para asistir al Baile de las Tullerías. Fue algo espléndido, en serio. París, por otra parte, tiende a lo colosal. Todo se está volviendo loco y desmesurado. ¿Regresamos quizá al viejo Oriente? Parece que los ídolos quieran salir de la tierra. Estamos amenazados por una nueva Babilonia. ¿Por qué no? El individuo ha sido tan totalmente negado por la Democracia, que se llegará a una anulación completa, como bajo los grandes despotismos teocráticos.
El zar de Rusia me decepcionó profundamente. Lo encontré vulgar. Al lado del señor Floquet, que grita sin riesgo alguno “viva Polonia”,[55] tenemos a la gente-chic que se pelea por entrar en el Elíseo. ¡Oh, qué buena época!
En cuanto a la novela, va piano. A medida que avanzo, surgen las dificultades. ¡Qué pesada carreta de melones para arrastrar! ¡Y usted se lamenta de un trabajo que dura seis meses! A mí me quedan todavía dos años, por lo menos (en el mejor de los casos). ¿Cómo diablos hace Usted para encontrar el hilo de sus ideas? Eso es lo que a mí me retrasa. Este libro, además, me exige investigaciones fastidiosas. Por ejemplo, el lunes estuve sucesivamente en el Jockey-club, en el Café Anglais, y en casa de un abogado.
¡Ah!, a propósito, me olvidaba de decirle que el buen Chilly ha leído Le Château des coeurs.[56] Lo que he entendido es que no ha entendido nada. De modo que el oso ha vuelto a su madriguera.
¿Le gusta a usted el prólogo del viejo Hugo a Paris-Guide?[57] No mucho, ¿no es así? La filosofía de Hugo siempre me ha parecido vaga.
He estado, embobado, hace ocho horas, ante un campamento de gitanos que se han establecido en Rouen. Es la tercera vez que voy allí. Y siempre con un placer renovado. Lo admirable es cómo excitan el Odio de los Burgueses, aunque son inofensivos como corderos. He conseguido que la multitud me mirase mal al darles algunas monedas. Y he oído algunas bonitas palabras contra mí. Este odio tiene algo muy profundo y complejo. Uno lo encuentra en toda la gente de orden. Es el odio hacia el Beduino, hacia el Herético, hacia el filósofo, hacia el solitario, hacia el Poeta. Hay también miedo en ese odio. A mí, que siento atracción siempre por las minorías, me exaspera. Es verdad que muchas cosas me exasperan. El día que ya no me indigne, caeré en el suelo, como una marioneta a quien le cortan los hilos.
El palo que me ha sostenido este invierno ha sido la indignación que siento contra nuestro gran historiador nacional, el señor Thiers, que ha pasado al estado de semidiós. Y el folleto de Trochu, y el eterno Changarnier regresando sobre las aguas.[58] Gracias a Dios, el delirio de la Exposición nos ha librado temporalmente de esos payasos.
Adiós, querida maestra. La abrazo como la quiero, es decir fuertemente. ¡A ver si viene usted! Me canso de no ver su ilustre y amada cara.