73. FLAUBERT A SAND
[París, 17 de marzo de 1870]
Jueves
Querida maestra,
Ayer por la tarde recibí un telegrama de Madame Cornu con estas palabras: «Venga a mi casa, asunto urgente». Hoy me he ido para allá. Y he aquí la historia.
La emperatriz mantiene que usted ha hecho alusiones muy desagradables a su persona en el último número de la Revue.
«¿Cómo? ¡A mí, a quien todo el mundo ataca ahora! ¡No lo habría creído nunca! ¡Y yo que la quería hacer nombrar para la Academia! Pero ¿qué le he hecho yo?». Etc., etc. En resumen, está desolada, y el emperador también. Él no está indignado, sino abatido.
La señora Cornu ha intentado en vano hacerle ver que se equivocaba, y que usted no había pretendido hacer ninguna alusión. He aquí toda una teoría del modo en que se hacen las novelas.
—Bien, pues entonces que escriba en los periódicos que no me ha querido ofender.
—¡Eso no lo hará! —le responde.
—Escribidle para que os lo diga.
—No me atrevería a hacer eso.
—¡Pero yo quiero saber la verdad, de cualquier modo! ¿Conocéis a alguien que…?
Entonces la señora Cornu me ha llamado.
—¡Ah! Y no le digáis que os he hablado de esto.
Tal es la conversación que la señora Cornu me ha transmitido. Quiere que usted me escriba una carta donde me diga que la emperatriz no le sirvió a de modelo. Yo enviaría esa carta a la señora Cornu, quien la haría llegar a la emperatriz. Eso es todo.
¡Esta historia me parece estúpida, y esa gente exageradamente delicada! ¡Con la de barbaridades que se dicen por ahí!
La emperatriz ha sido siempre muy amable conmigo, y a mí no me importa ser agradable con ella. He leído el famoso pasaje. No veo en él nada de ofensivo. ¡Pero los cerebros femeninos son tan extraños!
¡Yo tengo fatigadísimo el mío (mi cerebro), o más bien él está en horas bajas ahora mismo! ¡Ya puedo trabajar, que nada sale! ¡Nada! Todo me irrita y me hiere; y como me contengo en público, me atacan, de vez en cuando, crisis nerviosas de llanto en que me parece que voy a estallar. Siento, en fin, una cosa del todo nueva: la proximidad de la vejez. La sombra me invade, como diría el viejo Hugo.
[…]
Espero el retorno de usted a París con doble impaciencia, pues cuando usted ya no esté aquí, volveré a Croisset. París empieza a crispar un poco mis nervios.
¿Le había dicho que tomo aceite de hígado de bacalao, como un renacuajo? ¿No es penoso?
Un fuerte abrazo.
Su viejo trovador, hirsuto.