87. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 3 de agosto de 1870]
Miércoles
¿Cómo, querida maestra? ¡Usted también! ¿Desmoralizada, triste? ¿Qué va a ser de los débiles, entonces?
Yo tengo el corazón en un puño, hasta un punto que me espanta. Y ruedo hacia una melancolía sin fondo, a pesar del trabajo, a pesar del buen san Antonio que debería distraerme. ¿Es la continuación de mis penas reiteradas? Es posible. Pero la guerra ha colmado el vaso. Me parece que entramos en el negro.
¡He ahí, pues, el hombre natural! ¡Hagan teorías ahora! Alaben el Progreso, la Ilustración y el buen sentido de las Masas, y la dulzura del pueblo francés. Puede estar segura usted de que aquí uno se haría matar si se atreviese a pedir la Paz.
Por lo que se ve venir, vamos a retroceder un buen trecho.
¿Acaso van a comenzar de nuevo las guerras de razas? ¿Veremos, en un siglo, a millones de hombres matarse continuamente? ¡Todo Oriente contra Europa, el viejo mundo contra el nuevo! ¿Por qué no? ¿Las grandes obras colectivas, como el canal de Suez, quizá sean, bajo otra forma, esbozos y preparaciones de esos conflictos monstruosos de los que no tenemos idea?
¿Puede ser, también, que Prusia sufra una derrota que entra en los designios de la Providencia, para restablecer el equilibrio europeo? Ese país tiende a hipertrofiarse, como Francia lo hizo bajo Luis XIV y Napoleón. Los demás órganos se sienten asfixiados. De ahí un conflicto universal. ¿Las sangrías formidables serán útiles?
¡Ah, qué letrados somos! ¡La humanidad está lejos de nuestro ideal! Y nuestro inmenso error, nuestro error funesto es creerla parecida a nosotros, y querer tratarla en consecuencia.
El respeto, el fetichismo que hay por el sufragio universal me rebela más que la infalibilidad del papa. […] ¿Cree usted que si Francia, en lugar de estar gobernada, en suma, por la muchedumbre, estuviera bajo el poder de los Mandarines, estaríamos donde estamos? Si, en lugar de haber querido ilustrar a las clases bajas, nos hubiéramos ocupado de instruir a las altas, no habría usted visto al señor de Kératry proponer el pillaje del ducado de Bade, medida que la opinión pública encuentra muy justa.
¿Ha estudiado usted a Prudhomme últimamente? ¡Es formidable! ¡Admira el Rhin de Musset, y se pregunta si Musset «hizo otra cosa»! ¡He ahí a Musset convertido en poeta nacional! ¡Y descubren a Béranger! ¡Qué inmensa bufonada es todo esto! Pero una bufonada poco alegre.
La miseria se anuncia claramente. Todo el mundo está al límite, ¡empezando por mí! Pero nosotros estamos, quizá, demasiado acostumbrados a lo confortable y a la tranquilidad. ¿Nos anegamos en la materia? Habría que volver a la gran tradición, no aferrarnos tanto a la Vida, a la Felicidad, al dinero ni a nada, ser como eran nuestros abuelos, personas ligeras, volátiles.
En otro tiempo, pasaban la vida muriéndose de hambre. La misma perspectiva asoma en el horizonte. ¡Es abominable lo que usted me cuenta sobre el pobre Nohant! El campo, aquí, ha sufrido menos que por allí.
Mañana parto hacia Dieppe, donde están mi madre y su nieta. Ella envejece de un modo espantoso. Tampoco por ese lado mi porvenir es muy alegre.
El lunes estaré en París. Escríbame a la Rue Murillo, 4, donde estaré unos ocho días. He de saber qué va a ser de Aïssé. Y del libro de versos de Bouilhet. Eso me obliga a volver a ver a mi estimado Lévy.
¿Y nosotros, cuándo nos veremos?
Recuerdos a todo el mundo, y para usted mis abrazos.