131. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 4 de diciembre de 1872]
Miércoles a las 3 h.
Querida maestra,
Tomo una frase de su última carta. Es a propósito de Lévy, que no le dice nunca nada de sus obras, y de Buloz, que las echa por tierra delicadamente. «El editor tendría criterio si el público lo tuviera». O si el Público lo forzara a tenerlo, pero eso es pedir lo imposible. Solamente nosotros podemos exigir que el editor sea honesto, y que para explotarnos mejor, no nos mienta a la cara, impunemente. Ellos tienen ideas literarias, créame, igual que los directores de teatro. Unos y otros pretenden saber del asunto. Y como su estética se mezcla con su mercantilismo, ¡bonito resultado!
¿Por qué Lévy, que ha ganado, y que sigue ganando cada día tanto dinero con usted y con Dumas padre (por no poner más que dos ejemplos), los desprecia de esa manera? ¡Cada libro de usted es siempre inferior al precedente! ¡Que me cuelguen si no es así! ¡Admira más a Ponsard y a Octave Feuillet! Lévy es un académico. Yo le he hecho ganar más dinero que Cuvillier-Fleury, ¿no es cierto? Bien, pues haga un paralelo entre nosotros dos y se hará una idea de cómo la trata a usted. […]
¿Para qué publicar (en estos tiempos abominables que corren)? ¿Para ganar dinero? ¡Qué ridiculez! ¡Como si el dinero pudiera ser la recompensa del trabajo! ¡Y podría serlo! Eso será cuando se haya destruido la Especulación. ¡Hasta entonces, no! Y, además, ¿cómo medir el Trabajo, como valorar el Esfuerzo? Queda, entonces, el Valor comercial de la obra. Habría que suprimir todo intermediario entre el Productor y el comprador. De cualquier manera, esta cuestión es insoluble. Porque yo escribo (hablo de un autor que se respete) no para el lector de hoy sino para todos los lectores que puedan aparecer, mientras la lengua viva. Mi mercancía no puede ser, por ello, consumida ahora, porque no está hecha exclusivamente para mis contemporáneos. Mi trabajo queda por tanto indefinido, y en consecuencia impagable.
¿Para qué, entonces, publicar? ¿Para ser comprendido, aplaudido? Pero usted misma, la gran George Sand, usted sufre el aislamiento.
¿Hay hoy en día, no digo ya admiración o simpatía, sino la apariencia de un poco de atención por las obras de arte? ¿Cuál es el crítico que se lee el libro que debe reseñar?
En diez años, posiblemente nadie sabrá hacer ni un par de zapatos. ¡Así de espantosamente estúpidos seremos! Todo esto es para decirle que, hasta tiempos mejores (en los cuales no creo), guardo San Antonio en el fondo de un armario. Si lo hago aparecer, prefiero que sea al mismo tiempo que otro libro completamente diferente. Trabajo en uno, ahora, que podrá hacerle compañía. Conclusión: lo más sabio es mantenerse tranquilo.
¿Por qué Duquesnel no va a ver al general Ladmirault, Jules Simon, Thiers? Me parece que ese retraso le concierne. ¡Qué bella cosa es la Censura! Tengámoslo claro: ¡existirá siempre!, porque siempre ha existido. ¿Acaso nuestro amigo Alex Dumas hijo, de un modo graciosamente paradójico, no ha cantado sus beneficios, en el prólogo de La Dama de las camelias?
¡Y quiere usted que no esté triste! Me temo que volveremos a ver cosas abominables gracias a la tozudez inepta de la Derecha. Los normandos, que son la gente más conservadora del mundo, se inclinan hacia la Izquierda, ¡muy decididamente!
Si se consultara ahora a la burguesía, ella haría al viejo Thiers rey de Francia. Una vez fuera Thiers, se lanzaría en los brazos de Gambetta. E incluso temo que lo haga bien pronto.
¡Me consuelo pensando que el próximo jueves tendré 51 años!
[…]
Mi sobrina Caroline, a quien acabo de hacer leer Nanon, está encantada. Lo que la ha sorprendido es la “juventud” de la obra. Me parece un juicio acertado. Es un muy buen libro. Igual que Francia, que, aunque más simple, tal vez sea aún más logrado, más irreprochable como obra.
He leído, esta semana, L’Illustre docteur Mathéus d’Erckmann-Chatrian. ¡Qué palurdos! He ahí a dos granujas que tienen el alma repugnantemente plebeya.
Hasta pronto, querida maestra.
Su viejo trovador
le envía abrazos.
Pienso todo el tiempo en Théo. No me consuelo de esa pérdida.