23. SAND A FLAUBERT
[Nohant, 8 de febrero de 1867]
No, no soy católica, pero me repugnan las monstruosidades. Digo que el vejestorio que se paga jovencitas no hace el amor, y que ahí no hay ni Cypris, ni ojiva, ni infinito, ni macho, ni hembra. Hay algo contra natura, porque no es el deseo el que pone a la chica en los brazos del carcamal, y donde no hay libertad ni reciprocidad, hay un atentado contra la santa naturaleza. Por eso la pérdida que él lamenta no es de lamentar, a no ser que crea que sus fulanitas lo echarán de menos a él (y yo te pregunto: ¿echarán de menos otra cosa que su escaso salario?). Ahí está la gangrena de ese gran y admirable espíritu, tan lúcido y tan sabio desde cualquier otro punto de vista. Uno se lo perdona todo a aquéllos a quienes ama, cuando hay que defenderlos de sus enemigos. En cualquier caso, lo que tú y yo nos decimos queda entre nosotros dos, y yo puedo decirte que el vicio ha estropeado a mi viejo amigo.
Hay que creer que tú y yo nos amamos de corazón, querido compañero, porque los dos tuvimos al mismo tiempo el mismo pensamiento. Me ofreces mil francos para ir a Cannes, tú que eres tan pobre como yo, y cuando me escribiste que estabas agobiado por temas de dinero, reabrí mi carta para ofrecerte la mitad de mi haber, que en este momento asciende a 2000. Ésos son mis fondos. Y luego, no osé hacerlo. ¿Por qué? Una estupidez; tú has sido mejor que yo, tú has ido al grano con toda buena fe. Te doy un fuerte abrazo por ese buen pensamiento, pero no te lo acepto. Pero lo aceptaría, tenlo por seguro, si no tuviera más recursos. En cualquier caso, si alguien me debiera prestar dinero, sería el señor Buloz,[49][50] que se ha comprado mansiones y tierras gracias a mis novelas. Él no me negaría el préstamo, lo sé. Incluso me lo ha ofrecido. Así que lo tomaré de él, si es necesario. Pero en estos momentos no estoy en condiciones de partir. He recaído estos últimos días. He dormido 36 horas seguidas, exhausta. Ahora estoy de pie, pero débil. Te confieso que no tengo la energía de querer. No, no la tengo. Moverme del lugar donde estoy bien, buscar nuevas fatigas, salir de mi mal para caer en otros males, sería un poco estúpido, creo; en cambio, sería dulce irse de aquí así, todavía amando, todavía amada, en guerra con nadie, en absoluto descontenta de mí y soñando en las maravillas de otros mundos, con la imaginación aún fresca.
Pero no sé por qué te hablo de cosas tan tristes. Tengo por costumbre considerarlas con dulzura. Se me olvida que parecen penosas para quienes están en la plenitud de la vida. No hablemos más de ellas y dejemos hacer a la primavera, que quizá me hará llegar con su soplo las ganas de retomar mi tarea. Seré tan obediente a la voz interior que me proponga marcharme como a la que me diga que me quede. […]
Es probable que tenga que ir a París para un asunto u otro. Nos abrazaremos y, después, vendrás a Nohant, en verano. ¡Es una promesa!
Mis recuerdos a tu madre y a la bella sobrina. […]
[sin firma]