46. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 1 de enero de 1869]
Noche de Fin de Año, a la una
¿Por qué no empezar el año 1869 deseándole a usted y a los suyos que sea “bueno y feliz, y todo lo demás…”? Es cursi, pero me gusta.
Ahora charlemos: no, no “me enveneno la sangre”, porque nunca me he encontrado mejor. En París me dijeron que me veían “fresco como una jovencita”, ¡y la gente que ignora mi biografía atribuía esta apariencia de salud al aire del campo! ¡He ahí lo que son los prejuicios! A cada uno su higiene. Yo, cuando no tengo hambre, la única cosa que puedo comer es pan seco. Y las cosas más indigestas, como las manzanas para sidra, verdes, y el tocino, son las que me quitan los dolores de estómago. Y otras por el estilo. Un hombre que no tiene sentido común no debe vivir según las reglas del sentido común.
En cuanto a mi pasión por el trabajo, yo la compararía con un prurito. Me rasco gritando. Es a la vez un placer y un suplicio. ¡Y no hago nada de lo que quiero! Porque uno no escoge sus temas. Ellos se imponen. ¿Encontraré alguna vez el mío? ¿Me caerá del cielo una idea que encaje completamente con mi temperamento? ¿Podré hacer un libro donde me dé todo entero? Me parece, en mis momentos de vanidad, que comienzo a entrever lo que debe ser una novela. Pero me quedan todavía tres o cuatro por escribir antes de llegar a ella —¡que por otra parte es una idea muy vaga!— y al ritmo que voy, será mucho si escribo esas tres o cuatro. Soy como aquél que piensa que la iglesia más bella sería aquella que tuviera a la vez la torre de Estrasburgo, la columnata de San Pedro, el pórtico del Partenón, etc.; tengo ideales contradictorios.
¿Que “el enclaustramiento al que me condeno es mi jardín de las delicias”? ¡No! Pero ¿qué le voy a hacer? Embriagarse con tinta es mejor que embriagarse con aguardiente. ¡La Musa, por muy esquiva que sea, da menos dolores de cabeza que la Mujer! No puedo compartir a la una con la otra. Hay que escoger. ¡Mi elección está hecha desde hace mucho! Queda el tema de los Sentidos. Siempre han sido mis servidores. Incluso en la época de mi más tierna juventud, he hecho con ellos absolutamente lo que he querido. Estoy cerca de los cincuenta; ¡y ya no es precisamente su fogosidad lo que me estorba!
Este régimen no es tan terrible; lo admito, hay momentos de vacío y de terrible aburrimiento. Pero se van volviendo más y más raros a medida que uno envejece. En fin, ¡vivir me parece un oficio para el cual no estoy hecho! ¡Y sin embargo…!
Estuve en París tres días que empleé en buscar datos y recorrer lugares para mi libro. Estaba tan extenuado el viernes pasado que me acosté a las siete de la tarde. Así son mis locas orgías en la capital.
Encontré a los Goncourt admirando frenéticamente una obra titulada Histoire de ma vie de G. Sand. Lo cual demuestra por su parte más buen gusto que erudición. Ellos incluso querían escribirle a usted para manifestarle toda su admiración. En cambio, ¡nuestro amigo Harrisse[74] me pareció estúpido! ¡Compara a Feydeau con Chateaubriand, admira mucho Le Lépreux de la cité d’Aoste,[75] encuentra que Don Quijote es aburrido, etc.!
¡Fíjese en qué raro es el Sentido literario! ¡Y sin embargo el conocimiento de las lenguas, la arqueología, la historia, etc., todo eso debería ser útil! La gente que se llama a sí misma instruida se vuelve cada vez más inepta en materia de arte. Lo que es el arte en sí se les escapa. Las glosas son para ellos más importantes que el propio texto. Se fían más de las muletas que de las piernas.
El viejo Sainte-Beuve me ha parecido recuperado. Está irrevocablemente inválido, más que enfermo.
No he tenido tiempo de ir a ver al príncipe, que tiene la fiebre terciana, o que al menos la ha tenido. “He oído decir” (como dicen) que se fatigó en Citerea.[76] ¡Qué hombre tan singular! ¡No por esto, sino por todo lo demás!
No saldré de aquí antes de Pascua. Cuento con haber acabado a finales de mayo. ¡Me verá usted en Nohant, aunque caigan bombas!
¿Y el trabajo? ¿Qué hace ahora, querida maestra?
¿Cuándo nos veremos? ¿Irá a París en primavera?
Un abrazo.