96. SAND A FLAUBERT
[Nohant, 28 de abril de 1871]
No, ciertamente, no me olvido de ti, estoy triste, muy triste; quiero decir que me distraigo, que miro la primavera, que me ocupo y charlo como si no hubiera pasado nada; pero no puedo quedarme sola un instante después de esta fea aventura, sin caer en una desesperación amarga, hago grandes esfuerzos para defenderme, no quiero estar desanimada, ¡no quiero renegar del pasado y temer el porvenir! Pero mi voluntad y mi razón luchan contra una impresión profunda, insuperable por ahora. Por eso no quería escribirte antes de sentirme mejor, no porque me avergüence de tener crisis de ánimo, sino porque no querría aumentar tu tristeza, añadiéndole el peso de la mía.
Para mí, la innoble experiencia que París sufre no prueba nada contra las leyes del eterno progreso de los hombres y las cosas, y si uno tiene ciertos principios adquiridos en el espíritu, buenos o malos, no pueden resultar debilitados o modificados. Hace mucho tiempo que he aceptado la espera como se acepta el tiempo que hace, la duración del invierno, la vejez, el fracaso en todas sus formas. Pero creo que la gente de partido (los sinceros) debería cambiar sus fórmulas o darse cuenta tal vez de lo vacío de cualquier fórmula a priori.
No es eso lo que me pone triste. Cuando un árbol muere, hay que plantar otros dos. Mi pena viene de una pura debilidad del corazón que no sé vencer. No puedo vivir al lado de la ignominia de los demás. Me aflijo por todos los que han hecho el mal; aunque reconozco que no me interesan en absoluto, su moral me descorazona. Uno se compadece de un pajarillo caído del nido, ¿cómo no compadecer a una masa de conciencias caídas en el fango? Se sufrió menos durante el sitio de los prusianos. Amábamos París, desdichado a su pesar. Hoy, nos apenamos por él en la misma proporción en que ya no podemos amarlo. Los que nunca aman se jactan de odiarlo mortalmente. ¿Qué responder? ¡Tal vez no haya que responder nada! El desprecio de Francia quizá sea un castigo merecido por la ruindad insigne con que los parisinos han aceptado a los intrigantes y sus desmanes. Es una continuidad de la aceptación de los intrigantes del Imperio. Otros canallas, la misma cobardía.
Pero yo no te quería hablar de esto, ¡tú ya te exclamas bastante! Habría que distraerse, porque pensando en ello demasiado, uno llega a desentenderse de sus propios miembros, y se deja amputar con estoicismo.
No me has dicho cómo has reencontrado tu encantador nido de Croisset. Los prusianos lo ocuparon; ¿lo destrozaron, lo ensuciaron, te robaron algo? Tus libros, tus objetos queridos, ¿lo has hallado todo? ¿Respetaron tu despacho? Si tú pudieras volver a trabajar allí, la paz se instalaría en tu espíritu. Yo espero que el mío se cure y sé que debo colaborar en mi propia curación con una cierta fe a menudo debilitada, pero de la que hago un deber.
Dime si el tulipero se ha helado este invierno y si las peonías están bellas. Yo hago con frecuencia el viaje en mi espíritu, vuelvo a ver tu jardín y sus alrededores. ¡Qué lejos queda aquello, y qué de cosas han venido después! Una no sabe si no tiene cien años.
Sólo mis pequeñas me devuelven a la noción del tiempo, ellas crecen, son divertidas y tiernas, es por ellas que me siento aún de este mundo, y es por ti también, querido amigo, que siento el corazón siempre sano y vivo. ¡Cómo me gustaría verte! Pero no hay modo de ir o venir.
Te abrazamos todos y te amamos.