93. SAND A FLAUBERT
[Nohant, 17 de marzo de 1871]
Recibí tu carta del 11 ayer.
Todos nuestros espíritus han sufrido más que en cualquier otro tiempo de nuestra vida, y sufriremos para siempre esta herida. Es evidente que el instinto salvaje tiende a tomar la delantera. Pero me aflige algo peor, es el instinto egoísta y ruin; es la innoble corrupción de los falsos patriotas, de los ultrarepublicanos que llaman a la venganza y se esconden; buen pretexto para los burgueses que quieren una fuerte reacción. Me temo que ni siquiera seremos vindicativos, que esas fanfarronadas llenas de cobardía nos disgusten tanto que nos empujen a vivir día a día, como bajo la Restauración, soportándolo todo y no pidiendo sino descansar de una vez. Más tarde habrá un despertar. ¡Yo ya no estaré, y tú serás viejo! ¿Ir a vivir al sol en un país tranquilo? ¿Dónde? ¿Qué país va a estar tranquilo en esta lucha de la barbarie contra la civilización, lucha que va a ser universal? ¿No es el sol mismo un mito? O se esconde o nos calcina, y todo es igual en este desdichado planeta; amémoslo a pesar de todo y habituémonos a sufrir.
He escrito mis impresiones y mis reflexiones durante la crisis. La Revue des Deux Mondes publica ese diario. Si lo lees, verás que por todas partes la vida ha sido destrozada a fondo, incluso en las regiones donde la guerra no ha llegado. Verás también que no me he tragado, aunque suelo ser bastante ingenua, la farsa de los partidos. Pero yo no sé si serás de mi opinión: que la libertad plena nos salvará de estos desastres y nos llevará de nuevo a la vía del progreso posible. Los abusos de libertad no me dan miedo por ellos mismos, sino por los que, horrorizados ante ellos, tienden siempre hacia los abusos de poder. En este momento, el señor Thiers parece comprenderlo: pero ¿podrá y sabrá mantener el principio por el cual se ha convertido en árbitro de este gran problema?
Venga lo que venga, amémonos, y no dejes de explicarme nada de lo que te concierne. Tengo el corazón en un puño y un recuerdo tuyo lo hace descansar un poco de una perpetua inquietud Tengo miedo de que esos inmundos huéspedes hayan devastado Croisset, porque ellos siguen, a pesar de la paz, presentándose por doquier odiosos y repugnantes. […]
Ven a casa, aquí se está tranquilo. Materialmente siempre lo hemos estado. Nos esforzamos por retomar el trabajo. Nos resignamos, ¿qué otra cosa podemos hacer? Aquí eres amado, y vivimos amándonos. Tenemos con nosotros a los Lambert, a quienes hospedaremos todo el tiempo que podamos. Nuestras niñas han regresado sanas y salvas. Aquí vivirás en paz y pudiendo trabajar, ¡porque hay que hacerlo, estemos en vena o no! La estación va a ser hermosa. París se calmará durante este tiempo. Tú buscas un rincón apacible. ¡Está en tu mano, con todos estos corazones dispuestos!
Te abrazo mil veces por mí y por toda la camada. Las niñas son maravillosas, y el pequeño de los Lambert, encantador.