91. FLAUBERT A SAND
[Croisset, 27 de noviembre de 1870]
Domingo por la tarde
Vivo aún, querida maestra. Pero no voy mucho mejor, ¡me siento tan triste! Si no le he escrito antes, es porque esperaba sus noticias. No sabía dónde estaba usted.
Hace seis semanas que esperamos, día a día, la visita de los señores prusianos. Uno pone la oreja, creyendo oír a lo lejos el rumor de los cañones. Rodean el Sena Inferior en un radio de 15 a 20 leguas. Están cada vez más cerca, porque ocupan el Vexin, que han devastado completamente. ¡Qué horrores! ¡Es para avergonzarse de ser humano!
[…]
¡No creo que haya en toda Francia un hombre más triste que yo! (todo depende de la sensibilidad de cada uno). Muero de pena. He aquí la verdad. Y los consuelos me irritan. Lo que me enerva es 1.º la ferocidad de los hombres y 2.º la convicción de que vamos a entrar en una era estúpida. Será utilitaria, militar, americana y católica. ¡Muy católica! ¡Ya lo verá usted! La guerra de Prusia termina la Revolución Francesa, y la destruye.
Pero ¿y si fuéramos vencedores?, me dirá usted. Esa hipótesis es contraria a todos los precedentes de la historia. ¿Cuándo ha visto usted al Sur derrotar al Norte, y a los católicos dominar a los protestantes? Francia va a seguir a España e Italia. ¡Y el paletismo comienza!
¡Qué hundimiento! ¡Qué caída! ¡Qué miseria! ¡Qué abominaciones! ¿Puede uno creer en la civilización y el progreso, ante todo lo que pasa? ¿De qué sirve la Ciencia, si ese pueblo, lleno de sabios, comete abominaciones dignas de los hunos? ¡Y peores que las de ellos! Porque son sistemáticas, frías, voluntarias, y no tienen como excusa ni la pasión ni el Hambre.
[…]
No faltan las frases hechas: “¡Francia se alzará de nuevo! ¡No hay que desesperarse, es un castigo saludable, éramos verdaderamente demasiado inmorales!, etc.”. ¡Oh, eterna parodia! ¡No! ¡No es tan fácil recuperarse de un golpe como éste!
Yo me siento tocado por todo esto hasta la médula. Si tuviera veinte años menos, quizá no pensaría todo esto, y si tuviera veinte años más, me resignaría.
¡Pobre París! Lo encuentro heroico. ¡Pero, si volvemos a él, no será ya nuestro París! Todos los amigos que yo tenía allí están muertos o dispersados. No tengo ya centro. ¡La literatura me parece una cosa vana e inútil! ¿Podré algún día rehacerme?
¡Me resulta imposible ocuparme de lo que sea! Paso mis días en una ociosidad sombría y devoradora. Mi sobrina Caroline está en Londres. ¡Mi madre envejece de hora en hora! Voy con ella a Rouen, dormiremos allí del lunes hasta el jueves, para evitar la soledad del campo. Después volveremos aquí.
¡Oh, si pudiera huir a un país donde no viera más uniformes, donde no oyera más tambores! ¡Donde no se hablara de masacres, donde uno no estuviera obligado a ser ciudadano! ¡Pero la tierra ya no es habitable para los pobres Mandarines!
Adiós, mi querida y buena maestra. Piense en mí y escríbame. Me parece que sería más fuerte si usted estuviera cerca de mí. Abrace de mi parte a todos los suyos, y a usted mil abrazos de su
viejo trovador