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Avanzas con cuidado por el resbaladizo suelo que bordea el riachuelo, con la esperanza de que te guíe fuera de este fantasmagórico bosque. Caminas en silencio, con todos los sentidos en alerta. Cuando llevas apenas cinco minutos, ves que el arroyuelo hace un recodo y desemboca en una especia de charca oscura, rodeada de grandes rocas de diferentes tamaños. Sobre las negras aguas flotan algas y cañas podridas. Piensas que tendrás que dar media vuelta, a la vez que experimentas un ligero sopor. Bostezas una y otra vez. Súbitamente, te das cuenta de que estás muy agotado y decides descansar un segundo sobre una de las rocas. Te frotas la cara, quieres despejarte, pero continúas amodorrado. Te vence la somnolencia y al rato, te quedas dormido…