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Permaneces un tiempo inmóvil. El bosque está en silencio, como si presentara sus condolencias por el triste e injusto fallecimiento que se acaba de producir en sus dominios. No te llega ningún sonido del exterior, no escuchas nada. Tampoco hay señales de que Deilos y los suyos se hayan atrevido a entrar en el bosque. Transcurre un tiempo sin que te reactives. Sostienes a la chiquilla en brazos con delicadeza, como si sólo estuviera dormida, y buscas con la mirada algún lugar donde poder enterrarla. Continúas avanzando por la espesura con dificultad, como un alma en pena.
De pronto un claro se abre ante tus ojos sin previo aviso. A tu derecha distingues un ligero declive que baja hacia un arroyo. A tu izquierda, entrevés un pequeño prado que despide un aroma penetrante y dulzón. El suelo cerca del arroyo está más blando. Con la ayuda de una piedra, empiezas a cavar una tumba. Al rato terminas y buscas ramas para confeccionar una señal que indique su lugar de descanso. Al buscar entre heléchos, se alzan destellos diminutos de varios colores, entre los cuales predomina el verde. A los brillos fosforescentes se les une un sutil zumbido, parecido al de un canturreo, que rodea la sepultura de la muchacha. Son luznagos, que contribuyen a darle a la ceremonia un aura todavía más fantástica y solemne. Una vez recubierto el cuerpo, colocas una combinación de piedras y ramas a modo de lápida, inclinándote para presentarle tus respetos a la que fuera tu compañera por un breve instante.
Luego te acercas para beber un poco de agua del arroyo, antes de emprender nuevamente la marcha.
Si quieres
avanzar bordeando el arroyo, pasa a
90.
Si
prefieres atravesar el pequeño prado, pasa a 158.