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Inmóvil y acurrucada contra un viejo olmo aislado, pasa totalmente desapercibida. Te aproximas con cuidado hasta ella, esperando que no esté herida… o algo peor.
Te sientas a su lado y te alivia comprobar que respira lentamente. Le pones con suavidad la mano en el hombro susurrándole previamente:
—¿Estás bien?
Ella se sobresalta e instintivamente se aleja por un momento, pero al reconocerte sonríe y te abraza con todas su fuerzas.
—¡Estás vivo! Pensé que el corueco… —Te observa con atención, asombrada que no tengas ninguna herida grave—. Co… ¿cómo lo has conseguido?
Algo agitado por su espontáneo abrazo, le contestas con otra sonrisa:
—Con mucha suerte. ¿Sabías que un mago tuerto habita ese bosque?
Ella hace una mueca divertida, simulando reflexionar.
—Escuché hace tiempo que muchos años atrás un viejo loco se escondía en el bosque de Corocín, y creo recordar que decían que tenía un parche en un ojo. Pero seguro que ha muerto desde entonces. No puede ser el mismo.