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Os alejáis todo lo rápido que podéis, mientras empezáis a escuchar aullidos, ladridos y un bramido estentóreo, como anticipo de un gran enfrentamiento. Ella todavía no se ha recuperado del todo y tenéis que reducir la marcha. Os da la impresión de que os habéis vuelto a perder en este despiadado, tupido y oscuro bosque.
Mientras ella descansa sentándose contra el tronco un fresno, tú buscas alguna pista que os pueda ayudar a salir de Corocín. Desesperado, te da la sensación que habéis regresado cerca de la confluencia del arroyo con el prado. «Maldito bosque», piensas. Es un horrible laberinto.
Y de pronto, lo vuelves a oler. Esa hedionda emanación con efluvios metálicos.
Imposible. No puede ser el mismo. Tiene que ser otro que os ha seguido el rastro.
Te dispones a hacer frente al inminente peligro que se acerca.