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Sentado en cuclillas y apoyado contra un fresno que te oculta en la sombra, contemplas el ajetreo que se está produciendo en el pago, algo más abajo. Junto a ti, la chiquilla te mira desconsoladamente, sin atreverse a tocar la flecha que está hundida en tu pecho. Tu camisa está empapada de sangre y sientes el calor de ese líquido viscoso mientras sigue derramándose y bajando por tu cintura.
Ella te está examinando con esmero, descubriendo quién eres realmente: tu cuerpo curtido por el ejercicio, tu espada al cinto… tu brazalete con cinco estrías azules.
—Eres… como ellos.
No puedes contestarle, sólo la miras en silencio; quieres permanecer consciente. Te das cuenta de que su rostro está empapado en lágrimas pero no tienes fuerzas para consolarla.
—No exactamente. Ellos mataron a mi familia. Tú me recuerdas al otro.
Se acerca lentamente, muy cerca. Su aliento calienta tus mejillas. Sus lágrimas tocan tu rostro. Te besa en los labios suavemente.
—Se llamaba Derguín.
El nombre te suena, pero eres incapaz de recordar, apenas te puedes mantener despierto. Ella parece darse cuenta de que te estás muriendo. Te acaricia la mejilla con una mano, con la otra se enjuga las lágrimas. Se oculta el rostro con la capucha, da media vuelta y se aleja de ti.
Su pequeña figura desaparece en un túnel cuya oscuridad te invade. En tu interior escuchas una voz que te recuerda la de Tríane, susurrándote al oído mientras mueres: «No lograste superar la prueba».
FIN