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Piensas que esta chiquilla tiene desvaríos de niña asustadiza y se cree todas las patrañas que le cuentan los campesinos supersticiosos.
—Lo que acabas de decir es totalmente imposible. Conozco a esos guerreros y son incapaces de cometer semejante atrocidad. Márchate antes de que los avise y te den un castigo por tus injurias.
La muchacha te observa con más detenimiento y se percata que además de la espada, también llevas un brazalete con estrías azules. Con ojos como platos, empieza a retroceder, balbuceando.
—Eres uno de ellos…
—Vuelve a tu casa enana —le respondes irritado.
Ves auténtico terror en sus ojos. Decides que lo mejor es que se vaya, para que puedas seguir al grupo sin distracciones inoportunas. Le das la espalda y sigues arrastrándote mientras observas las evoluciones del grupo.
Siguen avanzando entre los cercados.
«Bobadas», piensas enfadado. Esta cacería secreta te está resultando decepcionante. Al final va a resultar que Deilos y sus patéticos acompañantes van a robar un cerdo o unas gallinas a unos miserables campesinos. Vaya estupidez.
Te vuelves a girar para ver si la chiquilla sigue ahí, pero ya no la ves por ningún lado.
Te quieres convencer que es lo mejor, que es un alivio que se haya marchado.
Pero no acabas de sentirte cómodo con tus sentimientos.