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Apuntas con tu arco hacia el grupo sin tener muy claras tus intenciones.
Por una parte resuenan en tus oídos consejos y advertencias que te incitan a pensar que todos los avisos son ciertos, pero por otro lado te resulta impensable atacar, y aún menos matar a tus compañeros de academia.
Intentas encontrar la solución para este gran embrollo.
Por el rabillo del ojo ves cómo la niña apunta con determinación. La situación se está complicando cada vez más y preferirías evitar que alguien saliera dañado.
—¿No sería mejor dar la alarma con tu cuerno? —susurras ladeando tu boca.
—Luego; primero quiero matar al cabecilla. Es un asunto personal.