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Estás furioso y tienes sed de justicia. Aprietas los puños reclamando venganza, alejándote de Tríane que se queda contemplándote desde el borde del camino, con el semblante serio. Su mirada se entristece al verte correr hacia el campamento dominado por la ira y las ansias de revancha.
Cuando estás llegando al perímetro exterior, te sorprende una voz autoritaria que te interpela:
—¡Alto! ¿Quién va?
Avanzas lentamente para que te reconozca el responsable de la guardia, pero su voz te resulta desagradablemente familiar.
De las sombras surgen dos figuras armadas que te cierran el paso. Son Deilos y Taifos, que empuña una arco cargado.
Tu mano se aferra con determinación a la empuñadura de la espada.
—Detente, imprudente.
Es la voz del Maestro Turpa, que también se ocultaba en las sombras. Avanza lentamente con sus manos a la espalda y te parece vislumbrar otra figura en la penumbra, detrás suyo. Turpa te fulmina con una mirada severa y autoritaria.
—¿Cómo te has atrevido a enfrentarte a tus compañeros de armas? Un guerrero como tú no debería defender a unos campesinos malolientes. Son sólo escoria y están para servirnos. Deberías estar orgulloso de ser un guerrero Ainari. Podría esperármelo de un patético Ritión como Zarenyo, pero tú… No me dejas ninguna opción.