197
Irritado, le contestas con el mismo bisbiseo.
—No digas estupideces, niña. Eso es imposible. Regresa por donde has venido. Eres demasiado pequeña para rondar por la noche con estas pintas.
—Y tú eres un bravucón ingenuo. Te arrepentirás de esto.
—He dicho que te largues, antes de que te descubran, o serás tú la que te arrepientas.
Su rostro se ha desencajado y ahora expresa auténtico pavor. Se aparta de ti, asustada. Aprovechas la circunstancia para retomar la marcha dejándola atrás, convencido de que saldrá huyendo de inmediato. Le das la espalda y vigilas los movimientos del grupo.
Las palabras de la niña te han inquietado, pero no te puedes creer las bobadas que ha insinuado. Seguro que se trata de supersticiones de campesinos asustadizos.
«Pfff… —piensas para tus adentros—. Tonterías. Al final van a robar unas gallinas o un cerdo a unos aldeanos. Menuda sandez lo de la cacería secreta».
Sigues acercándote al objetivo del grupo, desde la ladera opuesta.
Te giras un instante para ver si la niña se ha marchado ya… y ya no la ves por ningún lado. Mucho mejor.