176
Todo y estando en plena aceleración, la velocidad del corueco te ha cogido desprevenido. Nunca hubieses creído que semejante criatura se desplazara tan velozmente con esa envergadura. El Yagartéi que intentabas realizar ha golpeado su brazo acorazado y el acero rebota vibrando como si le hubieses atizado un tajo a un poste de metal. Un doloroso calambre te atenaza ambos brazos y tu espada se pierde mientras sueltas un gruñido a causa del dolor.
El corueco te recubre por completo y te estudia con sus perversos ojillos amarillentos. Te revuelcas con rabia para aprovechar al máximo tu Protahitéi e intentas escapar de su control, pero una vez más, el corueco anticipa tu movimiento con una velocidad pasmosa y frustra tus intenciones propinándote un poderoso golpe con su brazo que se estampa en tu pecho y te lanza hacia atrás varios metros en el aire, hasta que te detienes repentinamente cuando tu cuerpo colisiona contra un ancho roble. Sabes que te acabas de romper la espalda por innumerables sitios; te da la sensación de ser una marioneta a la que le han cortado los hilos y resbalas hasta el suelo por el rugoso tronco, totalmente roto. Tu boca se ha empastado y escupes una mezcla de saliva y sangre que te ha subido desde los pulmones.
Tuerces el cuello patéticamente pero eres incapaz de enderezarlo. De hecho, compruebas que tu cuerpo ya no te obedece, mientras el corueco sigue acercándose, con malignas intenciones.
—Ven, pequeño, ven… —farfullas sarcásticamente, para llamar su atención. Toses y escupes nuevamente sangre, pero no sientes ningún dolor. Te dispones a morir, implorando que al menos ella se haya podido salvar.
FIN