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Con un poderoso rugido, el corueco se abalanza sobre vosotros. A pesar de tu aceleración, su rapidez te desconcierta y la enorme bestia te cubre por completo lanzando un poderoso rugido.
En ese momento comprendes la suerte que estás teniendo. El corueco te pasa por encima con la intención de alcanzar a la muchacha que sale huyendo.
Ejecutas la técnica del Yagartéi desenvainando tu espada a la vez que das un tajo ascendente de izquierda a derecha, buscando el abdomen de la bestia. La kisha de tu espada atraviesa unos centímetros de carne y provoca que el corueco herido se encoja en el aire, a la vez que lanza un berrido estruendoso. La hoja que se deslizaba se traba súbitamente con algo metálico y chocas con algo muy duro que te propina una sacudida repentina que te recorre los dos brazos de punta a punta, obligándote a soltar el arma.
El corueco se revuelve en el aire y cae pesadamente sobre el suelo. Pero asombrosamente, se recupera de inmediato y se gira para afrontarte de nuevo. No ves a la muchacha por ninguna parte. No puedes alcanzar la espada, por lo que retrocedes, acercándote al arroyo. Todo parece haber terminado y sólo piensas en distraer al corueco el tiempo suficiente con el fin de darle tiempo a ella para escapar.
Te dispones a afrontar la criatura que se acerca lentamente, sin dejar de mirarte. Parece que sus ojos gualdos quieran hipnotizarte antes de volver a atacar.