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Dejándote llevar más por los recuerdos que por un cálculo exacto, crees recordar que en esa clase no erais más de 25, por lo que 10 alumnos y 8 Ibtahanes te parece el número correcto. Además, el grupo seguramente se habrá internado en el bosque para cazar alguna bestia fantástica.
Sigues avanzando durante diez minutos más en dirección al tupido bosque. Empiezas a escuchar el murmullo de las ramas mecidas por el viento, alterado por los sonidos de las aves nocturnas. Cuando penetras en la frondosa arboleda, puedes oler, sentir y vislumbrar la maleza que te rodea, impregnada de una humedad empalagosa que moja tu cabello y tu piel bajo la luz de las tres lunas de Tramórea, que proporcionan una mayor visibilidad gracias a la mágica refulgencia de esta noche tan especial. Te detienes junto a un olmo e intentas escuchar algún sonido que revele la posición de la comitiva que intentas alcanzar. Apoyas la mano en la rugosa corteza e intentas concentrarte… sin éxito. Una sensación irreal se apodera de ti y comprendes súbitamente que emana de ese mismo lugar: te has adentrado en el misterioso bosque de Corocín. El hogar de los coruecos, esas bestias enormes y sanguinarias cuyo esqueleto metálico las convierte prácticamente en invencibles.