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La velocidad del corueco es tan pasmosa que no has tenido tiempo de saltar para colocarte debajo de él. Desenfundas y la hoja de tu espada impacta en uno de sus brazos, partiéndose en el acto. Los músculos de tus hombros se desgarran al recibir la vibración tras golpear con la hoja sus huesos metálicos. Estás totalmente desarmado e indefenso. El corueco fija sus amarillas y minúsculas retinas en tu aterrorizado rostro y te propina un súbito revés con su poderoso brazo. Todo ocurre tan velozmente que en ese mismo instante notas un tremendo golpe en tu pecho y tu cuerpo sale proyectado hacia atrás con violencia, para detenerse dolorosa e inesperadamente, cuando golpeas algo duro que te destroza la columna vertebral. No puedes moverte y sólo sientes que tu cuerpo resbala hacia el suelo sin control, como un títere al que le han cortado los hilos. Tu entorno se desvanece con lentitud. Lo último que notas es la sombra del corueco avanzando hacia ti, para contemplar tu último suspiro.
FIN