127
No te ha dado tiempo a esquivar el rotundo golpe que te da en la cabeza con la empuñadura de su espada. Todo se oscurece de golpe y caes al suelo como un saco.
Te despiertan una, dos, tres bofetadas, a cuál más fuerte.
Te despiertas viendo a la chiquilla, rodeada de diminutos lunazgos multicolores, que te está diciendo:
—¡Tenemos que marcharnos de aquí! ¡YA!
A tu alrededor suenan voces de alerta y ladridos de perros enloquecidos.
Te has despejado de golpe. La muchacha te ayuda a levantarte y corréis hasta el linde del bosque de Corocín, para ocultaros en sus sombras.