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Examinas la herida de la muchacha. La flecha se le ha clavado de abajo hacia arriba y le ha atravesado de parte a parte el abdomen con un movimiento ascendente, llegando hasta el pulmón que ahora se le está inundando de sangre.
La chica tose de nuevo y escupe un líquido oscuro y viscoso. Te mira por última vez: el cuerpo curtido por el ejercicio, la espada… el brazalete con cinco estrías azules.
—Eres… uno de ellos.
No puedes contestarle, sólo la miras en silencio intentando contener las lágrimas.
—No exactamente. Ellos mataron a mi familia. Tú me recuerdas al otro.
Te hace un gesto para que te aproximes. Su aliento calienta tus mejillas. Te acaricia el rostro. Apenas consigue susurrar sus últimas palabras.
—Se llamaba Derguín. Y ese tal Deilos… lo he reconocido. Es el que intentó violarme.
Derguín: recuerdas ese nombre. Fue uno de los alumnos expulsados el año pasado, después de recibir un castigo ejemplar.
Su ojos se cierran lentamente. Ha dejado de respirar.