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—Zarpa.
Das un paso atrás y desenfundas tu espada. A tu espalda la muchacha ha soltado la cuerda de su arco y una flecha se dirige sobre el lobo negro que da un ágil salto para intentar esquivarla y emite un gañido quejumbroso cuando el proyectil le roza el lomo y le hiere.
En ese momento todos los lobos están ladrando y saltando a vuestro alrededor con actitud amenazadora. El gran lobo de cresta blanca se encara a ti y encoge los morros enseñándote sus terribles fauces.
La muchacha intenta apuntar para ahuyentar a otra bestia pero todos se mueven velozmente a su alrededor y le resulta muy difícil apuntar. Los dos habéis retrocedido instintivamente y vuestras espaldas se están tocando.
De pronto el lobo negro levanta el hocico. Parece que olfatea el aire y profiere un corto aullido apenas audible. El lobo de cresta blanca, gira velozmente el tronco hacia ese lado y resopla.
Inesperadamente, los cuatro lobos que os están rodeando dan media vuelta y salen corriendo.
—Los hemos asustado, dice la chiquilla. Vaya suerte.
—Me parece que no —contestas en tono circunspecto.
Percibes un nuevo olor, nauseabundo y metálico.
—Creo que algo peor se acerca, atraído por el olor de la sangre: un corueco.