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Estás realizando la ronda con todos tus sentidos en alerta para anticipar otro posible ataque. Puesto que sospechas que pueden ser algo más que simples campesinos descontentos, escudriñas las sombras entre la espesura, vigilante ante cualquier movimiento o sonido que se produzca. Cuando alcanzas la parte más alejada del campamento, te sobresalta un «u-úh» lastimero y melódico. Levantas la vista y consigues vislumbrar la pequeña y compacta figura de un mochuelo sobre la rama de un viejo fresno. Sus grandes ojos amarillos te observan con curiosidad y puedes distinguir su característico plumaje marrón con lunares blancos. Al rato gira su cabeza, como si fuera la rosca de un engrasado mecanismo. Al desviar tu mirada hacia el punto que está fijando la rapaz, vuelves a sobresaltarte, pero esta vez con más razón: una muchacha te observa en silencio y totalmente inmóvil. Tiene el cabello muy negro, un rostro sereno y unos ojos rasgados que te miran fijamente, como si te atravesaran.
No hay nadie más, sólo ella. Te parece absurdo dar la alarma por la extraña presencia de una joven que no parece tener veinte años, aunque por otra parte, todo esto resulta muy extraño…